Isabel: A veces no hace falta irse muy lejos para encontrar historias de silencios.
[Voz desde el telefonillo]
Rosana: ¿Sí?
Isabel: Hola Rosana.
Rosana: Hola Isabel, te abro.
Isabel: Vale, gracias.
[Puerta abriéndose]
Isabel: Hoy, por ejemplo, han pasado 3 minutos desde que salí de mi casa hasta que Rosana me abre la puerta de la suya.
Rosana: Hola, qué tal, qué alegría. Bienvenida.
Isabel: Qué bonita tu casa, ¿no?
Isabel: Rosana tiene 55 años y los ojos grandísimos. Y hace muy poco que se ha mudado a esta casa.
Rosana: ¿Te gusta? Bueno pues es nueva, la estoy estrenando. Me he mudado hace nada.
Isabel: Por eso parece que aún está medio vacía.
Rosana: La casa de los cinco balcones.
Isabel: ¿Sí?
Rosana: Sí.
Isabel: Y es verdad que por esos balcones entra muchísima luz, pero también bastante ruido. Es domingo por la tarde, la hora en que Madrid duerme la siesta. Pero los turistas no saben de eso y parece que todos se han juntado debajo de casa de Rosana, así que nos encerramos en la cocina, cerramos puertas, balcones y ventanas, y empezamos a conversar. Rosana quiere contar algo.
Rosana: Bueno, yo me llamo Rosana Acquaroni. Soy profesora en la Complutense, soy poeta… y la verdad es que cada día pienso más que es absolutamente necesario contar los secretos familiares y por eso estoy aquí.
[Música]
Isabel: Esta historia tiene que ver con su infancia: cuando Rosana era pequeña, su madre desaparecía de casa sin ninguna explicación. También tiene que ver con su adolescencia: cuando Rosana tenía 18 años, en su casa hubo una llamada de teléfono que destapó un secreto. Esta historia tiene que ver con la historia de su madre, y con lo que la Rosana adulta decidió hacer con todo eso.
Rosana: La frase sería: yo tuve una madre muy valiente que fue una víctima de su época a pesar de que no contabilice como tal.
Isabel: Soy Isabel Cadenas Cañón y estás escuchando De eso no se habla.
[Música]
Isabel: Para empezar a contar la historia de Rosana tenemos que trasladarnos a la casa de su infancia. La llamaban “la casa grande”. Allí la niña Rosana pasaba mucho tiempo sola.
Rosana: Bueno, a ver, mi infancia…. Yo me recuerdo siempre entre mayores, ¿no? Porque soy hija única, no tenía tanta relación tampoco con primos ni por parte de padre ni por parte de madre…
Isabel: Y cuando le pregunto de qué son sus recuerdos de infancia…
Rosana: De jugar sola,de hablar sola…
Isabel: Hay un recuerdo que se superpone a los demás.
Rosana: De espiar…
Isabel: Una niña espía necesita, ante todo, cómplices para sus investigaciones. Y a falta de otras niñas de su edad, Rosana encontró esos cómplices en los muebles de la casa.
Rosana: Por ejemplo si tú me preguntas cuál es el lugar, mi lugar favorito de la infancia, a lo mejor te digo que es la mesa de la cocina porque… Me encantaba, mira tú, me encantaba, pues eso, como refugiarme o esconderme debajo de la mesa de la cocina y ahí me montaba yo mis historias, ¿no? Y a la vez escuchaba… Conversaciones, ¿no? Era un lugar como muy evocador, muy, muy intrigante por otro lado, ¿no?
Isabel: Pero quizá su mayor cómplice fue otro mueble.
Rosana: Había un gran armario en el pasillo de la casa, un armario blanco donde mi madre guardaba todas las mantelerías…
Isabel: Y allí Rosana encontraba, sobre todo, incógnitas.
Rosana: No entendía por qué había tantas vajillas diferentes, ¿no? Por qué había tanta… Juegos de vasos diferentes, ¿no? Una cosa que recuerdo alucinante: mi madre tenía en el mueble bar unas, como unas cositas de que eran como unos muñequitos de colores. Pues, por ejemplo, una colección de, como de clips con un guacamayo de color, que cada guacamayo era diferente, o cada loro era diferente, y eso… ¿a que no sabes para qué servía?
Isabel: (Yo no tenía ni idea).
Rosana: Para localizar las copas en una fiesta. Es decir, eso se ponía en la copa, entonces tú sabías que tu copa era la que llevaba el guacamayo azul, ¿no? Entonces yo decía, esto…
[Sonido apagado de conversaciones]
Isabel: Pero además de tanta vajilla, y de tanta mantelería, y de tanto guacamayo, el armario blanco encerraba otros secretos.
Rosana: Y ahí era donde las encontraba. No sé si estaban guardadas ahí por alguna razón o escondidas, ¿no?
Isabel: (Eran fotos).
Rosana: La mayoría de las veces estaban metidas entre sábanas, entre toallas…
Isabel: (Fotos muy antiguas).
Rosana: Siempre eran fotos de medio medio cuerpo, ¿no? Así en primeros planos, unas fotos excelentes además, de estudio, ¿no?
Isabel: En las que siempre aparecía su madre… y un hombre.
[Música]
Rosana: ¿Quién es este hombre?
¿Del sombrero, no? Y de…
La sonrisa muy brillante, muy… muy seductora, ¿no?
Era todo tan enigmático y tan evocador…
Era otro hombre que no era mi padre.
[Silencio]
Isabel: Cuando Rosana va creciendo, en su casa empieza a haber otros misterios mayores: su madre empieza a ausentarse, a faltar de casa sin ninguna explicación. Y parece que, en esto, su madre también tenía sus propios cómplices.
Rosana: Un escritorio, que era un escritorio de estilo francés
Isabel: Otro mueble de la casa.
Rosana: Un mueble precioso
Isabel: Lleno de secretos.
Rosana: Que era donde mi madre guardaba todos los tesoros, ¿no? Donde… Ella lo abría para sacar, pues las joyas, para sacar determinados papeles…
Isabel: Y con los que su madre, después, salía.
Rosana: Y yo no entendía qué había sacado, adónde se iba, por qué tardaba…
Isabel: Dejando a la niña Rosana aún con más preguntas.
[Música]
Isabel: Rosana nació en 1964. Su infancia, sus juegos a ser espía, sus dudas de niña que no entiende lo que pasa a su alrededor, suceden en la última década del franquismo. Para cuando el Partido Socialista gana las elecciones de 1982, Rosana ya tiene 18 años.
Y es entonces cuando, una tarde, en su casa, el teléfono suena.
Rosana: La llamada… Yo recuerdo ese momento, sí, sí, claro que recuerdo ese momento.
Pues recuerdo a mi madre yendo al teléfono.
Un teléfono de, pues eso, de la época.
Creo que quien cogió la llamada…
Creo que fue mi padre. “Preguntan por ti”, ¿no?
“¿Pero quién es?”, tal.
“No sé, preguntan por ti”, ¿no?
Isabel: Poco después de esa llamada, la madre de Rosana salió de casa. Volvió unas horas después y, al llegar, entró en la habitación de Rosana.
Rosana: Sí. Mi habitación tenía como una mesita con dos butaquitas al lado de un balcón.
Isabel: Y entonces, en aquella habitación de joven adolescente, con la puerta cerrada, su madre se lo contó.
Rosana: Yo noté que era como una confesión, más que algo que compartía conmigo como madre e hija… No me hacía cómplice en realidad, era como confesarse, ¿no?
Isabel: Esa historia era el gran secreto de su madre.
[Música]
Rosana: Y yo creo que esto tiene que ver con lo que esa historia… el lastre que…
Isabel: Y para contarlo, tenemos que irnos muchas, muchas décadas atrás.
[Música]
Isabel: Contar la historia de la madre de Rosana es, para empezar, dejar de llamarla “la madre de Rosana”.
Rosana: Pues mi madre se llamaba Manuela.
Isabel: Y seguir con el érase una vez de una niña pobre que llega a Madrid desde la provincia.
Rosana: Nace en Zaragoza y se mudan a Madrid, coincidiendo casi con el comienzo de la guerra.
Isabel: O sea, a mediados de los años 30.
El padre de Manuela había conseguido trabajo como portero en un edificio del barrio de Salamanca, uno de los barrios más caros de Madrid. Y allí, el lujo de los edificios contrastaba con la precariedad de las porterías.
Rosana: Debía ser un lugar bastante oscuro, bastante… en fin, no demasiado salubre ni agradable, ¿no?
Isabel: Y ese contraste se veía, también, de puertas para fuera.
Rosana: Porque, claro, tú no perteneces, de alguna manera, ¿no? Estás ahí, tu familia cumple una función pero no sé hasta qué punto tú… Pues no perteneces a ese mundo, ¿no?
Isabel: A pesar de esas diferencias, Manuela se hizo amiga de algunas de las chicas del edificio. Y un día, a principios de los años 40, ya en plena posguerra, la invitaron a un cumpleaños.
Rosana: La invitaron a que las acompañara una noche a una de las salas más glamurosas de la época, ¿no?
Isabel: Esa sala se llamaba PasaPoga Music Hall, y acababa de abrir, en 1942. Pronto se convirtió en la sala de fiestas más importante de Madrid, y en la más exclusiva. Allí, por ejemplo, se podía ver a Josephine Baker, a Ava Gardner y a Jorge Negrete cuando pasaban por Madrid.
[Sonido ambiente de la Gran Vía]
Isabel: El Pasapoga cerró oficialmente en el año 2003, pero el edificio aún sigue allí: hoy es una tienda de ropa en plena Gran Vía. Así que fui con Rosana a verlo por dentro y a imaginar con ella cómo sería aquella tarde de 1942 en la que la vida de su madre cambió para siempre.
La pista de baile estaba en el sótano, y no podemos acceder porque es el almacén de la tienda, pero la parte superior sigue conservando todo el glamour de la época.
Rosana: Esas escaleras a cada lado, ¿no? esas luces…
Isabel: Las lámparas…
Rosana: Esas lámparas de araña que a lo mejor alguna de ellas es posible que sea…
Isabel: Los mármoles de diferentes colores…
Rosana: No sé si de la época pero por lo menos muy inspirada en la época, ¿no?
Isabel: Los techos altísimos…
Rosana: Lo que sí es genuino son las escaleras, los mármoles…
Isabel: Las barandillas…
Rosana: La barandilla, ¿no?
Isabel: Incluso esas balconadas.
Rosana: Como descansillos…
Isabel: Allí se imagina Rosana a su madre.
Rosana: Las balconadas…
Isabel: En una de esas balconadas.
Rosana: ¿Y qué sentiría? Porque claro, por otro lado se debería sentir súper descolocada. Imagínate una mujer que era la hija de unos porteros, de pronto… ¿Qué vestido llevaría, no? Ahora que estamos viendo tanta ropa…
Isabel: Y allí se imagina el encuentro con aquel hombre. Rosana no sabe cómo se conocieron. Piensa que quizá los presentó alguien.
Rosana: Claro, mi madre vino con sus amigas y por lo que yo sé creo que él estaba con alguien de su familia, y le dijo algo así como “mira a esa chica qué guapa, qué tal”, algo le dijo ¿no?
Isabel: O quizá había habido una actuación…
[Música]
Isabel: Y después la orquesta había vuelto a tocar…
Presentador: Y ahora, señores, después de…
Isabel: Y los dos hombres se acercaron a ella, como en esta escena de la película “Los ojos dejan huellas”, que se grabó aquí, en el Pasapoga.
[Música]
Hombre: Bueno, ¿quieres bailar?
Mujer: Claro que sí.
Hombre: Ah, pero si tengo que llamar por teléfono, se me había ido del todo. Me dispensas, ¿verdad? Es un amigo del Supremo, vuelvo enseguida. ¿Por qué no bailáis vosotros? Hala, hala, Martín, hay que ser joven, ¡el mambo quita años!
Isabel: Lo que sí sabemos es que hablaron.
Rosana: ¿Qué se dirían, no?
Isabel: Que quizá bailaron.
Rosana: ¿Qué música sonaría también en su cabeza, no?
Isabel: Y que, no sabemos cómo, pero volvieron a verse.
Rosana: Y cómo dormiría mi madre esa noche ¿no? También. Y… ¿y cómo harían para luego volver a verse? Porque claro, ahí tendría que haber…
Isabel: Manuela tenía 19 años. Y aquel hombre tenía 20 años más que ella, era de Cádiz, católico, estaba casado y tenía 3 hijos. Se llamaba Pedro.
Rosana: Yo no sé si ella lo tenía idealizado ¿no? O realmente fue pues un flechazo, ¿no? Algo muy brutal, ¿no? Debió de ser algo muy brutal, porque para tomar las decisiones que se tomaron, evidentemente…
[Música]
Isabel: Eran los años cuarenta en España. El año de la inauguración del Pasapoga, 1942, es conocido como “el año del hambre” por lo que significó de pobreza y de exilio para muchas personas; mientras, otras siguieron viviendo como antes de la guerra, o incluso mejor. Pero, para las mujeres, el nuevo régimen significó un grado más de silencio.
Rosana: En esa época había dos opciones: o renunciar a esa historia de amor, a esa incipiente historia de amor, a ese deslumbramiento, o tomar alguna decisión y convertirse en la querida.
Isabel: Y Manuela eligió la segunda opción.
[Música continúa]
Isabel: No sabemos cómo de rápido fue todo: si se estuvieron viendo a escondidas durante unos meses, o si la decisión fue repentina. Pero sí sabemos que el cambio fue total.
Rosana: Y entonces mi madre pasa de vivir en la portería lúgubre a vivir de pronto en un pisazo en la calle Alcalá…
Isabel: (Una de las calles más caras de Madrid).
Rosana: A que le hiciera fotos pues uno de los fotógrafos más increíbles de la época, que fotografiaba a Ava Gardner… A, yo qué sé… a que la vistiera Balenciaga… Ya te digo, a tener joyas alucinantes y a viajar…
Isabel: Con esa decisión, Manuela transgredía algunas de las reglas más estrictas de la sociedad que la rodeaba: vivía sola, no estaba casada, no tenía hijos.
Rosana: Es que el tema del poder de la Iglesia en esa época… No podemos olvidarnos lo que era la Sección Femenina, lo que imponía todo eso. El modelo de mujer. Es que mi madre se salía de todo ese modelo. Totalmente.
Isabel: Pero eso suponía, también, vivir en permanente espera: esperar a que él la contactara y le avisara de que podían verse. Rosana no sabe cómo de secreta era su relación. Lo más probable es que él tuviera una doble vida: la del marido y padre respetable en Cádiz, y la del hombre de la vida social con su amante jovencísima en Madrid.
Rosana: No sé si era secreto, evidentemente ellos tenían vida social juntos porque mi madre daba fiestas, no sé si fiestas o cenas o qué, pero evidentemente todas esas mantelerías y todos esos maravillosos… colecciones de guacamayos para ponerlos en los vasos, eso tenía un sentido, ¿no?
Isabel: A veces él le decía que se preparase, porque esa noche iban a cenar en Maxim’s, un restaurante de lujo en París. O que se iban a Venecia, así, de la noche a la mañana, a pasear por los canales. Hay fotos de aquellos días.
[Rosana hablando de las fotos]
Isabel: Un paseo en góndola por Venecia…
Aquella noche en Maxim’s…
Rosana: Esta es del fotógrafo este, Yenes, ¿no?
Isabel: Ella, posando para aquel fotógrafo famoso…
Rosana: Está muy guapa. Estas son de eso, de la época… Mira, ¿ves? Súper sofisticada…
Isabel: Pero aquello tampoco tenía que ser del todo fácil para Manuela:
Rosana: Lo que pasa es que bueno, habría momentos también complicados, duros, de soledad, de, no sé, o de que una parte de esa gente indefectiblemente la juzgaba o había una doble moral o…
Isabel: Y a la soledad y a los juicios de la gente, se le sumó, también, su propia familia.
Rosana: Que su padre la dejó de hablar, es decir, que la decisión de seguir con este hombre, la consecuencia directa que tuvo, fue tener que romper con el padre, ¿no? Es que eso es muy fuerte también.
Isabel: Manuela y Pedro estuvieron juntos durante casi 10 años. Rosana no sabe por qué terminó la relación. Piensa que quizá ella se cansó de estar siempre esperando, o que quizá empezaron a pelearse más que al principio, o que ella quería ser madre.
Rosana: Algo de eso me dijo en algún momento, que ella quería ser madre, ¿no?
Isabel: Y parece que, para poder pasar página, la única opción era tomar otra decisión radical.
Rosana: Poner océano de por medio, ¿no?
Isabel: Así que Manuela se subió a un barco y se fue.
Rosana: A Nueva York, a Nueva York. Y luego vivió también unos años en México.
Isabel: En Nueva York su vida cambió.
Rosana: Trabajó como babysitter. Trabajó engarzando collares en… Trabajó como enfermera para un oculista de la época…
Isabel: También hay fotos de esa época.
[Música]
Isabel: Manuela con pelo corto y pantalones, siempre elegante, con los niños a los que cuidaba…
O posando con una amiga frente al río Hudson…
O en México, frente al lago Xochimilco.
Hasta que, a finales de la década de los 50, y con 40 años, Manuela decide volver a Madrid.
[Sonido ambiente de cafetería]
Isabel: Y en el Madrid de entonces, el nuevo lugar de moda era una cafetería en el medio del Paseo de Recoletos: el Café Gijón.
Ava Gardner también pasó por aquí. Y también Orson Welles y Truman Capote. A mediados del siglo XX, el Café Gijón se convirtió en el centro de la vida cultural y artística de Madrid. Las paredes de madera de roble, los asientos forrados de terciopelo rojo y los apliques de luz aún parecen listos para acoger una de las muchísimas tertulias de artistas que se hacían aquí. O para recibir a aquella Manuela recién llegada de México.
Rosana: Me la imagino entrando aquí, con… Súper sofisticada, me imagino que maquillada… en fin, toda espectacular, ¿no?
Isabel: Y aquí, en este café, cruzó la mirada con un hombre. Se llamaba Miguel y venía de un mundo que no tenía nada que ver con el suyo.
Rosana: Era bohemio, pintor bohemio, malviviendo en el Café Gijón… Él me contaba pues que a veces estaban con un café toda la tarde porque no tenían para más y entonces se pedían un café y con ese café ya cogían mesa y se tiraban toda la tarde allí charlando, ¿no?
Isabel: Y, otra vez, como veinte años atrás en el Pasapoga, alguien los presentó.
Rosana: Le pediría que se la presentaran, ¿no? Porque él era tímido y seguramente no se acercaría así por su cuenta.
Isabel: Hablaron, mucho. Se enamoraron. Y fue algo muy rápido: pocos meses después, Miguel y Manuela ya estaban casados. Y, pocos meses más tarde, nació Rosana.
Rosana: Siempre me lo decía mi madre, que ella, curiosamente, cuando conoció a mi padre, de entrada nunca pensó que todo iba a ser tan rápido, ¿no? Que se iba a precipitar de manera tan rápida, ¿no? Así que bueno, así fue.
Isabel: Rosana me cuenta todo esto en una mesa junto a la tercera ventana del Café Gijón, debajo de un grabado en el que aparece una costurera en tonos azules. Es un cuadro de su padre.
Rosana: No sé, es curioso, y siempre pintaba estas mujeres un tanto… con el cuello así, con la cabeza ladeada… como melancólicas, ¿no?
Isabel: ¿Tu madre era así?
Rosana: Sí. Yo creo que sí… Claro, era uno de los síntomas de mi madre, ¿no? La… O la melancolía o la euforia, ¿no? Era el paso de un extremo a otro, ¿no? Sí, es verdad…
[Música]
Isabel: Y ese paso de un extremo a otro de su madre muchas veces venía acompañado de otra cosa.
Rosana: Las ausencias, ¿no? Es decir, eso que de pronto desapareciera y no tenerla…
Isabel: A veces esas ausencias eran breves. Otras, duraban semanas. Mientras su madre faltaba, el orden de la casa se alteraba, y a su regreso, padre, madre e hija se esforzaban para que todo pareciera volver, muy rápido, a lo normal.
Rosana: Como una sensación de no hablar. Tanto mi padre, como ella, como yo, de no hablar del antes, ¿no? Era como por una cuestión de cordón sanitario… El silencio pesa más, ¿no? Y aparentemente hay como un esfuerzo de todos por hablar de cualquier cosa menos del hecho de que acaba de llegar, ¿no?
Isabel: Y fue en aquella época de ausencias cada vez más constantes cuando sucedió la llamada.
[Música]
Isabel: Aquella llamada del principio de esta historia que Rosana recordaba tan bien.
Rosana: Creo que quien cogió la llamada… Creo que fue mi padre.
“Preguntan por ti”, ¿no?
“¿Pero quién es?”, tal.
“No sé, preguntan por ti”, ¿no?
Isabel: El que llamaba era un hombre que preguntaba por su madre.
Rosana: Era uno de los hijos del que fue su amante.
Isabel: Y que muchos años después…
Rosana: Casi, yo diría que 20 años, no recuerdo exactamente.
Isabel: … Había buscado el teléfono de Manuela para hablar con ella.
Rosana: Porque el padre estaba muy enfermo…
Isabel: … Y, a punto de morir, quería encontrarse con ella por última vez.
Rosana: Para poderse despedir, ¿no? Para que se pudieran despedir los dos.
Isabel: Manuela le pidió permiso para ir a su marido, Miguel, y Miguel le dijo que sí, que fuera a verlo. Así que, varias décadas después de su ruptura, Manuela y Pedro volvieron a verse.
Rosana: Mi madre pues llegó toda conmocionada de aquella conversación y de aquel encuentro.
Isabel: Lo primero que hizo Manuela fue entrar en la habitación de su hija, cerrar la puerta y contarle lo que había ocurrido mucho antes, cuando ella tenía 19 años. Es decir, casi la misma edad que Rosana en ese momento. Y le contó, también, lo que acababa de decirle aquel hombre.
Rosana: Que siempre la había querido, que nunca había dejado de quererla y bueno, le regaló un bastón, ¿no? Un bastón. Y le dijo que le regalaba ese bastón para que en el futuro tuviera la posibilidad de apoyarse en su recuerdo, ¿no? Que no lo olvidara.
Isabel: Y entonces, todos aquellos misterios que no había podido resolver de pequeña…
Rosana: Todas las piezas de ese puzle que yo había ido encontrando a lo largo de mi infancia, aquellas fotos, aquellas cartas…
Isabel: Todos empezaron a cuadrar. También el mayor misterio de todos.
Rosana: También empezó a cuadrar pues por qué mi madre pues había desaparecido en numerosas ocasiones…
Isabel: Manuela desaparecía de diferentes maneras. En las ausencias más cortas, cuando cogía algo del escritorio y después salía, se iba a vagar por Madrid, o a hacer cosas que sentía que tenía que hacer y que casi siempre tenían que ver con aquellos años de amor prohibido y lujo. Como aquella vez, en un hotel de Madrid…
Rosana: Yo recuerdo una vez en el hotel Pintor Goya, ahí en la calle Goya, que se fue, se llevó todas las joyas que le quedaban, se pidió un champán y allí estaba, con el champán y todas las joyas así expuestas y recordando su… Imagínate, tuve que llamar, o sea… Fui yo a buscarla y a convencerla para que volviera a casa.
Isabel: O esas otras veces en las que cambiaba su dinero a billetes de 2000 pesetas, aquellos rojos.
Rosana: Por alguna razón le gustaban esos billetes, no sé.
Isabel: Y, con todo ese dinero en el bolso, salía de casa.
Rosana: Se iba a la calle Montera, que era la calle de las prostitutas, ¿no? Y a repartir dinero para que… para que no trabajaran ese día.
Isabel: Rosana entendió también que el reverso de ese amor prohibido y de ese lujo, para una mujer procedente de la clase baja en los años 40, habían sido la culpa y el estigma.
Rosana: ¿Cómo le habrían hecho sentir, ¿no? Cómo le habrían hecho sentir que en el brote, en el delirio ese, lo que no quería era que las mujeres se sintieran como a lo mejor a ella le habían hecho sentir en algún momento, ¿no?
Isabel: Después de aquellas ausencias breves a menudo llegaban ausencias más largas: eran, en realidad, ingresos en instituciones psiquiátricas. Le pregunté a Rosana qué le había contado su madre sobre aquello.
Rosana: Bueno, es que mi madre escribía. Mi madre tiene un cuento que se llama “La estrella de papel de plata”. Es un cuento que habla de un ingreso. Hay un momento en que está contando lo que le hacen, lo que le pasa, cómo se siente, ¿no? Y dice “me ataron con correas y apagaron la luz”.
[Pitido]
Isabel: ¿Qué lleva a una persona hasta ese lugar? Me lo pregunto y se lo pregunto a Rosana.
Rosana: A ver, yo me imagino, por eso digo, que es una sumatoria. Uno no llega ahí solo por una experiencia como la que… pues eso, la historia de… de esta historia de amor, de esta culpa… Yo estoy convencida de que esto viene de atrás también, que la guerra suma, que el terror suma, que la pobreza y la… y todo lo que debió ser aquella posguerra suma, ¿no? El desclasamiento suma… Y bueno, ¿cómo se llega ahí, no? Es que, yo… Esa es la gran pregunta, también, ¿no? Todo lo que no sé.
Isabel: Hay muchas preguntas que Rosana nunca le hizo a su madre. Eso explica que muchas veces esta historia tenga tantos huecos, tantas dudas, tantas cosas que no sabemos.
Rosana: Quizá yo también caí en esa forma de juzgar, ¿no? De no querer saber o de sentir que lo que me estaba contando era algo que era privado y algo… Que yo no tenía porqué saberlo ni preguntarlo, ¿no?
Isabel: Rosana no fue la única que cayó en el “de eso no se habla”. De hecho, hay toda una parte de esta historia que no conocemos. De la misma manera que Rosana entendió los silencios de su infancia hablando con su madre, hay un hijo que entendió los suyos hablando con su padre. Este es un mensaje de WhatsApp que me mandó Rosana hace unos días.
Rosana: Hola Isa, ¿qué tal, cómo estamos? Bueno, a ver, voy a empezar por lo malo. He hablado con esta persona, con este señor, con el señor X…
Isabel: El señor X es el hijo de Pedro, que está vivo y que conoce la historia de su padre. Él es, también, quien hizo aquella llamada cuando Rosana tenía 18 años y quien hizo posible que Manuela y Pedro se volvieran a ver. Lo llamamos señor X porque no quiere que digamos su nombre.
Rosana: Y me ha dicho que si no fuera por su familia que lo haría seguro.
Isabel: Y tampoco quiere que lo grabemos.
Rosana: Pero que no, que no, que no puede hacerlo porque, claro, es que…
Isabel: A pesar de que hace 70 años que Manuela y Pedro terminaron su relación, y de que hace décadas que ambos están muertos.
Rosana: Pero bueno, a ver, qué le vamos a hacer. Yo te lo digo ya para que tú lo valores…
[Música]
Isabel: He pensado muchas veces que era imposible contar esta historia con una sola voz. Ahora pienso que es casi un milagro que haya una voz que quiera contarla. Durante mucho tiempo, Rosana también sintió el peso de tener una madre que se había atrevido a saltarse las reglas.
Rosana: Esto no… jamás ha sido un tema de conversación, jamás. O sea, no se hablaba de esto, no se hablaba. Porque esto era como la lacra de mi madre, era como el “pero” de mi madre dentro de la familia, entonces no se hablaba.
Isabel: Y, mientras escucho a Rosana contar esas cosas que hasta hace poco ni siquiera se había contado a sí misma, me reconcilio con que esta sea una historia de una sola voz.
Rosana: Bueno, no lo sé…
Isabel: Y entiendo, yo también, que esas dudas, esos titubeos, esos misterios alrededor de Manuela, quizá, en lugar de vacíos, son los materiales que construyen su historia. Lo mismo sucede en muchas otras vidas.
Rosana: Pero que evidentemente, bueno, todo tiene que ver con una época y con un momento de la historia de España, de este país, ¿no? Que desde el punto de vista ideológico, o sea, produce monstruos y produce dolor y produce un silencio que es atronador, ¿no? Y yo creo que a mi madre ese silencio le ha hecho, le hizo pasarse al otro lado, ¿no? Del espejo.
[Música]
Isabel: Esta historia, en un principio, terminaría aquí: una madre guarda un secreto durante muchos años, y ese silencio penetra hasta lo más profundo de su salud mental. Una hija hereda ese silencio y tarda muchos años en entenderlo. Y, cuando por fin lo hace, se reconcilia con su madre y con su historia. Fin.
Isabel: Pero aún quedan unos minutos en la barra de tiempo que señala el final de este episodio. Y eso es porque enfrentarse a los silencios no sucede como un corte limpio: no empieza allí y termina aquí. Una vez que se abre lo que está oculto, una no sabe lo que puede pasar. Así que en estos minutos que quedan, vamos a irnos a una tarde de verano de 2016, a la universidad en la que trabaja Rosana.
Rosana: Acababa de terminar de dar una clase en julio, en la Complutense.
Isabel: Sus alumnas y sus alumnos ya se habían ido de clase, y allí, sola en el aula, Rosana comenzó a escribir. Lo primero que escribió fue un verso.
Rosana: Que dice “de la Casa Grande sólo recuerdo aquel armario blanco”.
Isabel: Ese armario blanco del verso era aquel mueble cómplice de su infancia donde la niña Rosana había encontrado aquellas fotos, aquellas vajillas, aquellos misterios que, sin que ella lo supiera, estaban marcando quién sería. Rosana siguió escribiendo y ese verso se convirtió en un libro de poemas. Lo tituló “La casa grande”, como llaman en su familia a aquella casa donde nació y creció. Y mientras escribía, Rosana empezó a darse cuenta de, al escribir sobre la historia de su madre, estaba escribiendo también sobre su propia vida.
Rosana: Y… y muchos de los poemas, de hecho, de este libro… Algunos de ellos me los estaba escribiendo a mí misma, claramente, ¿no? Entonces bueno, para mí fue muy importante, ya no solamente por la historia de mi madre y blanquear de alguna forma algo que estaba escondido y que me hacía daño, claramente, sino porque es que eso me hizo poder tomar decisiones en mi propia vida, ¿no?
Isabel: Rosana llevaba 29 años viviendo con su pareja y tenían un hijo. Y cuanto más escribía sobre la vida de su madre, más se daba cuenta de que quizá era el momento de tomar decisiones en la suya.
Rosana: Bueno, uy, madre mía, en separarme, pues…
Isabel: Rosana se separó hace un año, más o menos al mismo tiempo que publicaba ese libro donde mira la historia de su madre de otra manera.
[Música]
Rosana: Pero bueno… y yo creo que no me hubiera separado, no hubiera podido tomar la decisión sin haber escrito este libro que recupera y coloca… Me coloca a mí y coloca a mi madre en otro lugar.
Isabel: Por eso me cuenta todo en su nueva casa, esta casa de los cinco balcones a la que se acaba de mudar, sola, y que aún está medio vacía.
Rosana: Ha sido al hablar. No lo tenía en la cabeza, qué cosas.
Isabel: Es que el hablar…
Rosana: Y creo que eso también hay que decirlo, que una vez que uno… Yo que sé, uno mira de otra forma y habla… Ya nada es lo mismo, ¿no? Es como que la realidad cambia, la realidad cambia y el relato cambia y uno cambia. Y una cambia.
[Música]
Isabel: Empecé este episodio diciendo que había tardado 3 minutos en llegar desde mi casa a casa de Rosana. Y a pesar de que ambas somos unas enamoradas de nuestro barrio, hay que decirlo, nuestro barrio no es especial: en cualquier ciudad, en cualquier barrio, en cualquier casa de nuestro país, hay historias de silencios.
Soy Isabel Cadenas Cañón y de eso no se habla… O sí.
La realización, el montaje y el guion de este episodio los he hecho yo. Laura Casielles ha hecho la preproducción y la edición de texto y también hace la comunicación de este podcast. Vanessa Rousselot ha hecho la edición de guion. Nuestra asistenta de montaje, y de casi todo, es Paula Morais. Y también han ayudado en la edición Martina Castro y Silvia Viñas. El diseño de sonido es mío y de Chaliwa Studios. La grabación en estudio la hemos hecho en Isolé División Sonora. Nuestra sintonía es de Alva Noto y Ryuichi Sakamoto. El collage que ilustra este episodio es de Carmen Cáceres.
Gracias a Diario Vivo y a Ernesto García López por hacernos tropezar dos veces con la misma historia. Y gracias a María San Miguel, a Genoveva Galarza, a Soledad Marambio y a Felipe Martínez por sus comentarios sobre el episodio, y a todas las personas que participaron en nuestra sesión de escucha.
Si tienes alguna historia de silencios, habla con nosotras. En nuestra página web, www.deesonosehabla.com, puedes suscribirte a nuestro boletín, escuchar el resto de episodios o ver las formas de mandarnos un mensaje de voz o de texto, o un email. También estamos en Twitter, en Instagram y en Facebook y nos encanta hablar. Si te ha gustado este episodio, recomiéndaselo a tus amigas, a tus hermanos, a tus vecinos, a tus compañeras de asamblea.
De eso no se habla se produce en el barrio de Lavapiés, en Madrid, gracias al apoyo de PRX – Public Radio Exchange- y al Google Podcasts Creator Program.
Volvemos en dos semanas.
Gracias por escuchar.