[Excavación]
Isabel: Varios hombres y varias mujeres remueven la tierra desde hace días. Con palas primero, y ahora con herramientas más pequeñas: una paleta, un cincel. Alrededor, una veintena de personas observan, o charlan, o caminan de un lado para otro. Esas mujeres y esos hombres están exhumando los cuerpos de varias personas que fueron arrojadas a esta fosa en 1936, justo al inicio de la Guerra Civil. Ahora muchas de esas palabras – exhumación, desaparecidos, memoria histórica – son muy comunes en nuestro día a día y hay hasta quien se aburre de escucharlas y ahora mismo estará pensando -quizá estarás pensando- «otra historia más sobre la Guerra Civil». Pero esta no es una historia sobre la Guerra Civil. O no solo. Es una historia de hace 20 años, cuando casi nadie en nuestro país usaba esas palabras – exhumación, desaparecidos, memoria histórica- para referirse a nuestros muertos. Aquellas palabras eran como de otros países, nos quedaban lejos. De hecho, tampoco las usaba el protagonista de la historia de hoy. Y eso que fue la primera persona en nuestro país que consiguió hacer una exhumación pública, con métodos científicos, y que cambió la manera que tenemos de hablar sobre nuestro pasado.
Me acompaña Emilio Silva…
Emilio Silva, Presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica…
Emilio, buenas tardes
Emilio, muy buenas tardes.
Buenas tardes, Emilio
Emilio, muchísimas gracias por atendernos.
Gracias.
Isabel: Habrás escuchado su voz miles de veces. Pero esta no es la historia del hombre público. Es la historia de un hombre de 35 años que, cuando decide cambiar de vida se encuentra por casualidad con el lugar del que provienen todos sus silencios. Y que consigue vencerlos.
Isabel: ¿A ti qué te gustaría que dijera esta historia de ti?
Emilio: Bueno, pues que hablé de mis no se hablas, ¿no? Que en el fondo es por lo que yo estoy aquí. Por haber… Vamos a decirlo así como derrotado en un silencio, ¿no? Es una victoria. Para hablar de una victoria. Pues eso.
Isabel: Soy Isabel Cadenas Cañón. Bienvenidas y bienvenidos a De eso no se habla.
[Sintonía]
[Timbre]
Emilio: ¿Sí?
Isabel: ¡Silvi!
Emilio: ¿Ya estás aquí?
Isabel: Sí.
Isabel: Conozco a Emilio desde hace siete años, pero parece que son más.
Emilio: Uy, sin PCR ni nada hecha…
Isabel: Emilio es uno de mis mejores amigos.
Emilio: ¿Y vas así?
Isabel: Sé que cuando llegue a su casa llevará ya varias horas levantado, habrá terminado de escuchar la radio y estará escribiendo en el ordenador.
Isabel: ¿Qué haces?
Emilio: Escribir
Isabel: ¿Qué estás escribiendo?
Emilio: Un párrafo de una cosa.
Isabel: ¿De una novela?
Emilio: Bueno, puede ser, sí. De un reloj.
Isabel: Y también sé que, a la hora que es, casi las 12 del mediodía, ya estará tomándose una cocacola. Sus mañanas son así: primero leche con cacao, después un café y después el vaso de cocacola.
Emilio: Por ese orden, si. Me voy metiendo primero dulce, luego un poco de cafeína y luego un poco más de cafeína.
Isabel: No sé si se podría decir que Emilio es un hombre de costumbres, pero desde luego tiene costumbres muy asentadas. Todos los días se despierta con la radio, todos los días lee el BOE, todos los días pasa ratos solo. Y siempre se viste igual: un pantalón vaquero, un polo y un jersey de cuello redondo por si hace frío. Yo se los he visto azul claro, azul oscuro y negro. Parece que antes en lugar de polos eran camisas, pero esa es toda la innovación que Emilio ha hecho en su vestuario:
Emilio: Sí, sí, era… Ríete. O sea, cuando mis amigos en los ochenta, aquí en Madrid se compraron unas gabardinas largas o alguno era medio mod o… Yo, normal. O sea, no me tengo que definir por la ropa. Vamos, y si me define algo es lo normal.
Isabel: Muchas veces sus amigos nos reímos de esto, de que vaya siempre vestido igual, pero también sabemos que son rastros que le quedaron de una infancia y de una adolescencia y hasta de una adultez marcada por el mandato de no destacar, de ser uno más, de no llamar la atención.
Emilio: Me dejé el pelo un poco largo cuando tenía 17 años. Eso es lo más radical que yo he hecho. Y desde ahí la normalidad. Y eso sí entiendo que es una estrategia aprendida familiarmente. Que nadie me mire porque lleve algo raro, porque… Que no me miren, que yo voy aquí, que no me miren.
Isabel: Emilio nació en 1965 en Elizondo, en Navarra, y fue casi por casualidad: su padre había tenido que dejar de estudiar cuando era niño
Emilio: Mi padre hablaba de que él había trabajado desde niño como, bueno, como si en aquella época pues aquello fuera lo normal, ¿no?
Isabel: Pero después, de mayor, consiguió estudiar y le dieron trabajo en una base militar estadounidense cuidando un radar. Por eso la familia tuvo que trasladarse muchas veces a diferentes bases hasta que acabaron en Pamplona, donde Emilio pasó la mayor parte de su infancia. Dice que lo que más le marcó de niño era lo duro del sistema escolar. Emilio siempre dice que fue un inadaptado a ese sistema: cambió muchas veces de colegio, y en ninguno lo pasó especialmente bien. Sacaba malísimas notas y le castigaban a menudo y por cualquier cosa. Como aquella vez, con 10 años, cuando un profesor le ató la mano izquierda para que dejara de ser zurdo. Este castigo era muy común entonces.
Emilio: Hablo del año 75. Yo estaba haciendo quinto de primaria y bueno, todo ese discurso ¿no? De la mano izquierda, como la mano del diablo, como una cosa…
Isabel: Pero tuvo secuelas en Emilio.
Emilio: Bueno, empecé a tartamudear.
Isabel: Y es que a Emilio el malestar se le salía por la voz o, más bien, por la falta de voz. Sus padres volvieron a cambiarle de colegio.
Emilio: Y entonces me llevaron a uno del Opus.
Isabel: Pero en realidad no eran una familia religiosa.
Emilio: Jamás he visto a mis padres en misa.
Isabel: Así que Emilio cree que los mandaban allí a él y a sus hermanas como una especie de camuflaje.
Emilio: Entonces yo entiendo que era una especie de normalización, ¿no? De no voy a… No voy a dar en herencia estas cosas conflictivas que forman parte de mí. Pues mira. Mis hijos como Dios manda, ¿no?
Isabel: Fue por aquellos años, en Pamplona, cuando, por primera vez, Emilio aprendió que de aquellas cosas conflictivas era mejor no hablar.
Emilio: Yo sí recuerdo, que yo tendría trece años, haber hablado de mi abuelo con alguien y ahí mi padre me paró. Fue el primer frenazo de mi padre de «no puedes hablar de eso».
Isabel: Emilio sabía muy poco sobre su abuelo paterno. Sabía sobre todo dos cosas: unas montañas y un desván. Y esas dos cosas aparecían cada verano, cuando la familia viajaba a Pereje, un pueblecito del Bierzo con casas de piedra y techos de pizarra donde nació su padre. El desván era el de la casa de su abuela:
Emilio: Yo sé que a ella no le gustaba que fuéramos al desván. Había algunos objetos de la tienda de mi abuelo. Había una balanza, había pesos…
Isabel: Las montañas se llamaban Montearenas.
Emilio: Lo primero que recuerdo tiene que ver con pasar por allí con el coche y mi padre a las idas y vueltas decir que igual el abuelo, el cuerpo del abuelo estaba por ahí.
Isabel: Durante aquellos veranos que pasaba en el Bierzo, el niño Emilio también veía cómo él no era el único que tenía prohibido hablar de algunas cosas.
Emilio: Cuando mi abuela escuchaba a sus hijos, a mi padre y a sus hermanos, hablando del pasado y recordando cosas de cuando era pequeño y ella intuía que en algún momento podían hablar de su padre, pegaba un golpe en la mesa. En la cocina se hacía un silencio y tardaban unos segundos en cambiar de conversación, ¿no? Porque ahí había un territorio del que no se podía hablar.
Isabel: Así que, cuando recibió el mandato de callar de su padre, no le costó asumirlo: al fin y al cabo, era como una tradición familiar.
Emilio: Ahí a mí me nace una vergüenza durante mucho tiempo. Pensar que éramos culpables de algo, pues… Cuando tienes esa edad no sabes la dimensión de lo que te están diciendo ni… Y yo tampoco sabía muchas cosas de… Sabía que había un abuelo muerto en la guerra, ya está.
Isabel: Con esa vergüenza el niño Emilio fue creciendo, la familia siguió mudándose y aquel tartamudeo de la escuela fue tomando otras formas. En Aranjuez, donde empezó el instituto, Emilio empezó a tener pánico a hablar en público.
Emilio: Si un profesor hablaba de que había que presentar un trabajo en clase, pues lo más posible es que yo hiciera unas pellas ese día. O sea, angustiado de pensar que me tenía que poner delante de mi clase a contar algo. ¿Qué hacía yo? Pues la escritura era un refugio. Me iba a los parques de Aranjuez a escribir versos ahí horteras de rima bucólicamente en un pequeño cuaderno.
Isabel: Por eso, cuando le tocó elegir qué estudiar en la universidad, Emilio lo tuvo claro: quería ser periodista para poder vivir de la escritura. Pero había repetido 3 cursos y tenía tan malas notas que no pudo entrar en periodismo, y decidió estudiar sociología. Y así, en septiembre de 1986, Emilio llegó a una de las facultades más politizadas de la Complutense.
Emilio: Asambleas de horas, todo el día. A mí me interesaba, pero yo nunca abría la boca en público, yo creo que en toda la carrera.
Isabel: Y aquel miedo no era solo eso el hecho de hablar, claro: hablar significaba definirse, decir quién era uno ante gente desconocida. significaba, como se decía entonces, significarse.
Emilio: Yo muy interesado en todo, pero siempre mmmm. Indefinido.
Isabel: Todo este silencio y esta inseguridad y ese no definirse son un poco sorprendentes para cualquiera que conozca al Emilio público. Emilio tiene esa caída de ojos al hablar que delata su timidez pero no es alguien callado, ni alguien con pocos amigos. Yo diría que es lo contrario: no conozco a nadie que hable con más gente durante el día. De hecho, en una de las entrevistas que le hago para este episodio, hacemos una pausa y al encender el móvil las notificaciones le llegan sin parar.
Isabel: Una cosa, Emilio. ¿Cuánto tiempo llevamos? Una hora y media, ¿no? Yo creo. ¿Cuántos mensajes tienes?
Emilio: Pues a ver. 1, 2… 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14…
Isabel: Tiene mensajes como de 20 grupos de WhatsApp. Y eso sin contar los mensajes de Telegram, de Twitter, los emails. Y esto siempre ha sido así. Aquellos silencios frente a su clase o frente a una asamblea no querían decir que Emilio fuera callado.
Emilio: Con mis amigos no, pero… Bueno, uno puede hablar mucho y callarse lo que hay que callarse. Pues yo por lo que fuera en la cabeza tenía un enorme conflicto.
Isabel: A ese conflicto, Emilio a veces lo llama de otra manera.
Emilio: Una especie de esquizofrenia, ¿no?
Isabel: Y no lo dice como exageración. Los problemas de salud mental también eran algo que había experimentado en su familia paterna. Su tío Manolo, el hermano de su padre, era esquizofrénico. Y la abuela de Emilio, Modesta, empezó a tener crisis de ansiedad después de la muerte de su marido. No se oye muy bien, pero Emilio grabó a su padre hablándole de ello.
Padre: ¿Eh?
Emilio: Cuidado. ¿Cómo eran los ataques esos?
Padre: Los ataques esos eran unas crisis, ¿entiendes?
Emilio: De nervios?
Padre: De nervios, completamente. Se quedaba incluso sin sentido. De esos sufrió varios. Fueron consecuencia de la muerte del abuelo, ¿entiendes?
Isabel: Ocurrió el 16 de octubre de 1936. Emilio Silva Faba, el abuelo de Emilio, tenía 44 años. Él y Modesta tenían 6 hijos de entre 6 meses y 9 años. Desde el inicio de la guerra, los falangistas le cobraban multas por pertenecer a un partido de izquierdas. Había tenido que pagar tantas que ya casi no le quedaban productos en su tienda, La preferida. Ese día, fue al ayuntamiento a pagar otra de esas multas con su hijo Ramón, pero no le dejaron salir de allí: en cuanto llegó, lo metieron en el calabozo y Ramón tuvo que volver solo a casa. Tenía 7 años. Cuando se lo contó a su madre, Modesta fue al ayuntamiento con otro de sus hijos, Manolo, para tratar de ver a su marido. Dejaron entrar al niño solo unos minutos y le obligaron a despedirse. Tenía 6 años y fue el último en ver con vida a su padre. Al día siguiente, Modesta mandó a otro de sus hijos al calabozo: ese otro hijo era el padre de Emilio. Tenía 9 años.
Padre: Casi al romper el día. Me despertó temprano y me dijo «toma», me preparó algo, «llévale el almuerzo a tu padre».
Isabel: Al llegar al ayuntamiento preguntó por su padre
Padre: Y yo le dije «Soy el hijo de Emilio Silva, de La Preferida», que así se llamaba la tienda…
Isabel: Pero le dijeron que ya no estaba allí
Padre: «Pues no está aquí». «¿Y dónde está?». «Ah, eso no lo sé. Lo vinieron a buscar en un coche y lo sacaron, lo llevaron». Y yo volví y le conté esto a mamá. Mamá se echó a llorar, dice «Lo han sacado a pasear, seguro».
Isabel: No hubo cuerpo, ni confirmación de que lo habían matado. Solo una ausencia, y un estigma y un cuchicheo en el pueblo cada vez que pasaban por allí, y un fingir que no había pasado nada, y una vida que ya no iba a volver a ser igual: el padre de Emilio tuvo que dejar de estudiar y ponerse a trabajar para alimentar al resto de sus hermanos. Y todos aprendieron a nunca más mencionar a su padre fuera de casa.
[Música]
Isabel: Pero de todo esto Emilio no sabía nada cuando terminó la carrera y empezó a trabajar en lo que podía. Hace estudios de mercado…
Emilio: Sobre colchones, sobre pellets.
Isabel: Escribe catálogos…
Brújulas, cantimploras, kits anti serpientes
Isabel: Y poco a poco empieza a acercarse a su sueño de escribir para vivir. Emilio empieza a vender reportajes a varias revistas, y al final consigue un contrato en una de ellas. Y aunque no es exactamente lo que quiere escribir…
Emilio: Pues cosas del corazón, relatos de… De amor, de misterio, lo que me caía.
Isabel: Después de tanta inseguridad, por fin siente que ya puede llamarse a sí mismo «periodista».
Emilio: «¡Por fin tengo una nómina y no soy un desheredado del periodismo!»
Isabel: Y no solo eso: justo en ese momento Emilio tiene una hija con su pareja y de pronto su vida parece, por fin, encaminada.
Emilio: Había sido papá, tenía una buenísima relación, estaba… Laboralmente, tenía recursos… Yo digo «estoy en el momento más feliz de mi vida».
Isabel: Y entonces sucede lo que menos se esperaba.
Emilio: ¿También tengo que contarlo?
Isabel: Si no quieres, no.
Emilio: Ese verano lo pasé en un pueblo cerca de Madrid, alquilamos una casa. Y un día yo estoy en mi habitación, con una mano en la cuna, mi hija se está durmiendo, agarrándome un dedo, de repente se me aceleró la cabeza, no sabía qué me pasaba. Me levanté, no fijaba el pensamiento. De repente perdí el control, me costaba casi respirar. Llamé a mi hermana, hablé con mi chica, bajé a la calle… Yo tenía ahí un acelere… Y entonces bueno, pues me di cuenta de que estaba sufriendo una crisis de ansiedad.
Isabel: Emilio nunca había tenido una crisis de ansiedad, y no entendía por qué, si estaba en el mejor momento de su vida. Pero esa crisis tocaba dos de sus grandes miedos.
Emilio: Uno a la enfermedad mental y otro a tener una vida que no tuviera nada que ver conmigo. Entonces a mí esa crisis me abre una reflexión. ¿Y qué pienso? Jo, yo siempre he querido vivir de la escritura, desde que era pequeñito. Y me doy cuenta de que laboralmente estoy en un sitio que no tiene absolutamente nada que ver conmigo. Nada.
Isabel: Y es entonces cuando Emilio toma una decisión.
Emilio: Decido que voy a dejar el trabajo y me voy a dar un año de plazo para probar a ver si puedo vivir de la escritura, escribir esa novela que quiero escribir.
Isabel: Y es cierto que esa decisión cambió su vida, pero no porque consiguiera terminar la novela.
Emilio: No he acabado el libro. Ese es el que estaba escribiendo hace un rato… 21 años después. Pero dejé de ser «normal», entre comillas.
Isabel: Lo que pasó fue esto. La novela se iba a titular «El recuerdo y la piedra». Iba sobre unos milicianos que se exilian en Argentina y, tras 40 años de exilio, deciden volver a España para volar el Valle de los caídos. Aunque parezca extraño, Emilio no relacionó la historia de la novela con su historia familiar.
Emilio: Yo creo que conscientemente no. Lo relacioné con mi interés por ese periodo de la historia.
Isabel: Pero sí quería que estuviera ambientada en el Bierzo y por eso empezó a viajar mucho allí, al pueblo de su padre, a Pereje, para hacer entrevistas y conocer historias reales de milicianos de la zona.
Mujer: Sí. Había una allí que se llamaba… No recuerdo. Que vivía ahí abajo. Y había…
Isabel: A las entrevistas lo acompañaba Arsenio, un amigo de su padre que conocía muy bien la zona y que aún vivía allí. Una tarde, habían quedado con uno de los últimos milicianos que quedaban vivos en la zona. Era domingo y Arsenio y Emilio estaban comiendo antes de ir a reunirse con él.
Emilio: Y mientras estábamos comiendo, llama este hombre con el que habíamos quedado por la tarde para decir que tenía un problema familiar y que no puede venir.
Isabel: Así que Emilio y Arsenio siguieron comiendo y después tomaron café y siguieron hablando durante toda la tarde: pasaron de comentar las noticias a contarse sus vidas y después empezaron a hablar de la Guerra Civil.
Emilio: Y en un momento dado salió el tema de mi abuelo. Y no sé cómo dijo algo de dónde estaba enterrado. Y yo le dije «pero tú sabes dónde es?» «Hombre, creo que es la salida de un pueblo…» Digo «¿Está muy lejos?». Dice «No, no, aquí, a nueve kilómetros». Y digo «¿Te importa que vayamos?».
Isabel: Este verano hice con Emilio el mismo recorrido que él había hecho con Arsenio 20 años antes. Nos paramos aquí, a la entrada de Priaranza del Bierzo, en un cruce entre una carretera y un camino más pequeño. Es un lugar donde hay un banco y, junto a él, dos plantitas de romero.
Emilio: Bueno, y aquí había un romero. No sé si es el mismo. Había aquí dos plantitas…
Isabel: Y sobre todo hay mucho ruido, que yo trataba de evitar por todos los medios, hasta que me di cuenta de que ese ruido era parte de esta historia: estábamos frente a una cuneta, una de esas zanjas en la tierra al borde de la carretera donde los franquistas fusilaban a los republicanos.
Emilio: Sí, claro, esto… Y ahora porque hay una acera aquí que digamos que ordena un poco el espacio, pero antes era una cuneta pelada, o sea, no había ninguna acera y era la carretera y tierra.
Isabel: Aquí llegó Emilio esa tarde del año 2000, con Arsenio.
Emilio: Entonces yo venía así un poco ansioso y justo al llegar a este cruce de aquí había un hombre de aquí, del pueblo, que estaba dando un paseo y entonces yo le dije «Buenas tardes», «Buenas tardes», «Me tiene usted que ayudar». Y me dijo «¿a qué?», y digo «Pues mire, estoy buscando una fosa de gente que mataron en la guerra». Y entonces justo aquí, estaba aquí delante y se… Llevaba los brazos cruzados a la espalda, estiró un brazo y me dijo «Debajo de esa nogal». Aquí les llaman en femenino a los nogales, les llaman las nogales, y me señaló esta zona.
Isabel: Y desde aquí llamó a su padre.
Emilio: Mi padre igual estaba un poco serio, ¿no? Porque este tema le… Le tensaba, por decirlo así, ¿no? Y tampoco fue una larga conversación. «Estoy aquí y me dicen que tal». Y me fui con mi cabeza a Madrid con mis cuatro horas de coche pensando en eso, ¿no? Qué se podía hacer. ¿Qué se podía hacer? ¿Que se podía hacer?
[Música]
Isabel: ¿Qué se hace con un descubrimiento del lugar que ha marcado toda la vida de tu padre y también la tuya? ¿Cómo deciden un hijo y un padre qué hacer con el cuerpo de un abuelo, de un padre, que lleva 70 años desaparecido? Quizá ahora, 20 años después, querer exhumarlo parezca una decisión lógica, o al menos una decisión posible, pero en aquel momento no lo era. En España había habido exhumaciones antes. Justo después de que muriera Franco, mujeres y hombres que creían saber dónde estaban los cuerpos de sus familiares fueron a desenterrarlos, con sus propios picos y sus propias palas, para enterrarlos en cementerios. No hay cifras exactas porque aquellas exhumaciones se hicieron en privado, casi a escondidas, pero se calcula que hubo cientos en toda la península. Y también parece que la mayoría de aquellas exhumaciones se detuvieron con el golpe de Estado de Tejero, el 23 de febrero de 1981. Y fueron sepultadas en el olvido. En el año 2000, que es cuando Emilio encuentra la fosa, poca gente recordaba que se habían exhumado fosas antes. De hecho, poca gente parecía recordar que existían fosas. Pero a Emilio y a su familia les pareció evidente lo que tenían que hacer: sabían que el mayor deseo de su abuela Modesta era que enterraran a su marido junto a ella. A pesar de que nunca lo dijo.
Emilio: Mi abuela había muerto en el verano del 97. Y eso era un deseo yo creo que natural, ¿no? De mi padre, de mi tío Ramón.
Isabel: Así que Emilio y su familia se ponen manos a la obra: saben que en la fosa puede haber hasta 12 hombres además de su abuelo y empiezan a buscar a los familiares de aquellas personas. A la vez, van a pedir ayuda a las instituciones.
Emilio: Yo escribí a la Guardia Civil, hablamos con el Juzgado de Ponferrada, fuimos a la Junta de Castilla y León.
Isabel: Y Emilio escribe una carta al ayuntamiento para que le ayuden con la exhumación.
Emilio: A ver. ¿La leo?
Isabel: Aunque no lo dice exactamente con esa palabra.
Emilio: «… autoridades municipales de Priaranza sería de gran utilidad a la hora de facilitar los trámites imprescindibles para llevar a cabo el levantamiento». Levantamiento.
Isabel: Puede que Emilio no usara aún la palabra «exhumación», pero entendió que había otra palabra que describía perfectamente la situación de su abuelo, y que no se usaba para hablar de las víctimas del franquismo: era la palabra «desaparecido». En aquel momento, esa palabra solo se usaba para hablar de las personas desaparecidas en Argentina, o en Chile, o en Camboya, es decir, lejos.
Emilio: Ahora ya no se discute, pero al principio… Ya, bueno, pues si detienes a alguien, le torturas, le asesinas y escondes su cadáver y su familia no sabe dónde está… ¿Entonces aquí cómo se llama eso, no? Que era la palabra paseados…
Isabel: Y esto no era algo solamente simbólico: llamar a esas personas desaparecidas implica darles reconocimiento jurídico, aplicarles una categoría del derecho internacional que obliga a investigar los hechos y los culpables y a reparar a las víctimas. Implica hacerlas reales, y hacerlas visibles. Implica que el estado tiene la obligación de hacerlas aparecer. Pero eso no sucedía, así que Emilio y su familia siguieron con los trámites y en poco tiempo ya habían conseguido todos los permisos y tenían hasta fecha para realizar la exhumación.
Emilio: Íbamos hacia la exhumación y no sabíamos cómo lo íbamos a hacer (ríe). O sea, si íbamos a contratar una empresa, si… No sabíamos.
Isabel: No sabían cómo, pero yo creo que en el fondo sí sabían que lo iban a conseguir. Lo sé porque, en ese momento, Emilio hace algo que nunca había hecho antes: escribe y publica un artículo en primera persona. Y esto no es algo menor: Emilio nunca escribe en primera persona – esto es algo por lo que nos peleamos mucho.
Emilio: No, no me gusta. O sea, voy a decir me duele. Esquivo el yo, no sé qué, cuando escribo algo, hablo en tercera persona de cosas que yo he hecho. Porque no, me duele. No sé, es una cosa que no me…
Isabel: Aquel artículo se titulaba «Mi abuelo también fue un desaparecido». Y termina así:
Emilio: «Yo sabía que había una historia que contar y eso es lo que he hecho. Pero mi historia es una pequeña parte de aquella historia. Hay muchas fosas repletas de hombres sin nombre. Hay muchas personas que sobreviven al miedo. Hay mucha gente que no soporta recordar y eso no quiere decir que hayan olvidado. Por eso es necesario hacer ruido, para que despierte de nuevo la memoria y abandone ese sueño que la ha mantenido dormida durante tantos años». Publicado en La crónica de León el 8 de octubre de 2000. Y debajo puse mi número de teléfono por si me llamaba algún familiar.
Isabel: Pero quien le llamó no fue exactamente un familiar
Julio: Creo recordar que que fue un domingo por la tarde. Pues vi el reportaje, que creo que se titulaba algo así como «Mi abuelo también fue un desaparecido» o algo similar, ¿no?
Emilio: Yo recuerdo como a las cuatro de la tarde. Y estaba a punto de echarme una siesta
Julio: Hablé con con Encina, mi mujer, que es antropóloga. Ella se dedica a los restos humanos y le dije «Oye, ¿qué te parece si le llamamos y le echamos una mano para intentar recuperar a su abuelo?»
Emilio: Y suena el teléfono, un 987. Y contesto y es Julio Vidal,
Julio: Yo le dije «mira, he leído tu artículo, soy arqueólogo, mi mujer es antropóloga, Priaranza es un pueblo muy conocido para mí»…
Emilio: Me dijo «Mi madre es de ese pueblo, yo he ido desde pequeño. Conozco el lugar donde está esa fosa. Nosotros de niños le llamábamos el Paseo del Corro»
Julio: Yo recuerdo a mi hermana que me cogía de la mano y me decía «corre, corre, corre, que hay muertos ahí, hay personas enterradas ahí, corre, corre».
Emilio: «Y si te podemos ayudar en algo…»
Julio: «Por nuestra parte encantados si tú quieres esta ayuda», pues…
Emilio: Y yo digo, «Pues me ha tocado la lotería».
Isabel: Julio estaba especializado en arqueología sobre los orígenes de la humanidad. Los restos más modernos con los que había trabajado tenían 7000 años, así que él, como Emilio, también estaba aprendiendo. Solo le pidió una cosa para hacer la exhumación.
Julio: Le dije a Emilio «Oye, lo que sí te quiero pedir sobre este asunto es que es que que no venga la prensa, es decir que… Que no salga esto en el periódico, porque si sale en el periódico es que nos van a volver, nos van a volver tarumba».
Isabel: Julio recuerda que Emilio le miró como si no entendiera nada y le explicó que lo que ellos querían hacer era exactamente lo contrario.
Julio: «Yo lo que quiero es que esto salga a la luz y que se sepa que hay fosas y que ya está bien que haya tierra encima de ellas, y… claro, para nosotros es importante que haya transmisión de la información».
Isabel: Tres semanas después empezó la exhumación. Era el 21 de octubre del año 2000.
Emilio: Sí, sí, empezó un viernes, así, era un día nublado, pero por suerte no llovió. Julio Vidal salió del trabajo en León y se fue por la tarde allí, como a las cuatro y media.
Isabel: Julio y su mujer, la antropóloga Encina Prada, habían llamado a varios amigos arqueólogos, antropólogos y forenses, y allí, juntos establecieron un método para hacer algo que no se había hecho antes en nuestro país: Encina, Lourdes Herrasti y Paco Etxeberría instalaron un laboratorio para analizar los restos que encontraran. Pero antes, Julio y el operario de la excavadora, Vicente Gómez, fueron haciendo catas en la tierra: abrir agujeros de metro y medio de profundidad para tratar de localizar el lugar exacto donde estaban los cuerpos. Tenían miedo de que no aparecieran: desde 1936, la carretera se había ensanchado y podía ser que la fosa hubiese quedado bajo el asfalto.
Emilio: Entonces ese día no apareció. Al día siguiente tampoco aparecieron. Ya parecía que no iban a aparecer, o sea… Quedaba ahí muy poquito por mirar. Tanto dudé yo que me fui a ver otro, buscar otro testigo. Me hablaron de otra persona que los había visto y que podía saber.
Isabel: Emilio no encontró al otro testigo, pero al volver, mientras estaba en el coche, alguien lo llamó.
Emilio: Me hace una seña, dejo el coche aquí aparcado. «Corre, corre, corre». Como que ha aparecido algo. Entonces el operador de la excavadora, él notó que en el cazo donde lo había metido, justo en ese momento entraba con más facilidad.
Isabel: Emilio aprendió entonces que la tierra, después de haber sido removida, tarda unos 150 años en volver a estar igual de compacta. Por eso, el hecho de que la tierra se moviera más fácil era la señal de que ahí había algo.
Emilio: Y justo ahí estaba, ¿no? Una bota con todos los huesos del pie dentro. Pues ya está contándolo todo. Ahí estaban, ¿no? No sabíamos cuántos ni cómo, pero… Justo en ese recuadrito estaban ahí esperando, ¿no? Y entonces fue pues una mezcla de emoción, de alegría, de pena, de todo. Porque al fin de cuentas estabas buscando un abuelo en una cuneta, ¿no?
Isabel: Los cuerpos de aquellos hombres tardarían aún unos días más en aparecer. Aparecieron entre el segundo y el tercer fin de semana. Eran en total 13 hombres. 13 hombres a los que otros hombres del bando sublevado habían asesinado con un tiro en la nuca por pertenecer a partidos de izquierdas.
Emilio: Pues empezaba aquí. Y eran casi 12 metros. No sé, vamos a dar doce pasos. 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11 y 12. Pues sería hasta por aquí. Era muy curioso…
Isabel: Javier, un amigo de Emilio, grabó lo que pasó esos días: en un momento del vídeo, cuando todos los cadáveres están al descubierto, el padre de Emilio, su hermano Ramón y su hermano Manolo, bajan a la fosa, al nivel donde están los cuerpos. El hijo que acompañó a su padre al calabozo, el último hijo que lo vio con vida y el hijo que fue a buscarle al día siguiente son ahora unos octogenarios que se agachan, casi a la vez, y tratan de identificar el cuerpo de su padre, después de 76 años.
Hombre: Pues alguno de estos tiene que ser pero la verdad que de momento no sabemos cuál. Los arrimaban y tal como caían.
Pues yo casi… Diría por esa zona.
¿Tú te inclinas más por aquella parte?
Sí…
De todos modos, como además del tiro en el centro de la escopeta ha debido de recibir el tiro de gracia es posible que la parte posterior de la cabeza…
Emilio: Para mis tíos, mi padre y sus hermanos, fue muy, muy emocionante. De hecho, mi tío entonces, Manolo, sacó del bolsillo de la chaqueta un papel. Lo desdobló y era un plano que él había hecho en el año 76, donde ponía algo así como «problema pendiente de resolver». Y lo había escondido pues 24 años. Y cuando comprobó que el sitio de la fosa se correspondía con su plano sacó el plano y dijo «donde yo decía» y digo «no, si no se lo has dicho a nadie». Entonces él tenía ahí su dibujito hecho con el punto kilométrico, el camino dibujado, esta carretera dibujada y un recuadro que era clavado prácticamente al que apareció la fosa.
Isabel: Treinta años antes que Emilio, su tío había ido a preguntar y alguien le señaló aquel sitio. Pero su tío no fue el único: Emilio supo que su padre también había estado preguntando, en los años 50. Y también su tío Ramón. Los tres hermanos habían estado buscando a su padre por su cuenta y no se lo habían dicho entre ellos.
Emilio: Bueno, esas son estas historias de desintegración ¿no? De una conversación que debe ser normal en una familia y cómo luego cada uno por su lado estaba buscando ¿no? Pero sin hablarlo.
Isabel: Aquella no fue la única conversación que se restableció en Priaranza. A la exhumación se fueron acercando vecinos del pueblo y curiosos, pero también personas que tenían familiares en otras fosas y que nunca habían hablado de ello. En el vídeo se ve a otra tía de Emilio hablando con algunas de esas familiares que buscaban otros cuerpos.
Mujeres: Yo me quedé con mis abuelos y… La pena fue tremenda.
Es que no quieren creer cuando se les dice que los mataron así porque sí.
Entonces no se hablaba de nada, no sabíamos nada.
Yo con seis meses, mis hermanos andar todos descalzos y desnudos porque no teníamos nada, ni que comer…
Siempre fue una duda, toda la vida. ¿Dónde estarán, dónde los habrán echado?
Mi madre los quiso sacar pero le dije «mamá, ¿dónde vas a ir tú por los restos de mi padre si no sabemos ni dónde está?»
Isabel: Y en un momento de ese vídeo, Emilio, con sus vaqueros y su camisa azul oscuro, se pone frente a la cámara para responder a una entrevista, y dice esto:
Emilio: Se están abriendo agujeros en el silencio, ¿no? Que es un poco de lo que se trata. Que este agujero que se ha hecho aquí empiece a agujerear ese silencio y empiecen a llegar sonidos de lo que pasó en esos años…
Isabel: Le pregunté a Emilio dónde habían quedado su voz temblorosa y su normalidad y su no significarse.
Emilio: Bueno, yo digo, igual es que llevaba toda la vida preparándome para esa entrevista. O sea, todo lo que me lleva callando estaba esperando a salir, ¿no? Pum. O sea, el agujero también me está perforando a mí, por decirlo así. Ese agujero en el silencio también es un agujero que a mí me taladra, ¿no? Y que precisamente me está haciendo hablar. Y de pronto, bueno, pues ahí empezó una conversación, ¿no? Con el pasado, que se fue haciendo más compleja y se fue extendiendo a otros sitios.
Isabel: Dos años y medio después una prueba de ADN confirmó que el segundo cuerpo de la fosa de Priaranza del Bierzo era el de Emilio Silva Faba. Para su nieto Emilio, aquella prueba era esencial. Quería demostrar que, después de tantos años, se podía devolver la identidad a las personas desaparecidas. Y era esencial por otra cosa: Emilio quería enterrar a su abuelo junto a su abuela Modesta y quería tener la certeza de que era él. Este verano, después de visitar la fosa, Emilio me llevó a ver su tumba en el cementerio de Pereje.
[Sonido puerta]
Emilio: A ver, ¿las llaves dónde las he puesto? Sí, sí, sí. Es esta. Compró este panteón de aquí que pone «Propiedad Silva Faba», que son los apellidos de mi abuelo, «Santín Iglesias», que eran los suyos. Bueno, que era como decir que ella quería que algún día el Silva Faba estuviera enterrado aquí, que ahora lo está, ¿no? Está justo enterrado ahí en medio, con mi abuela.
Isabel: Y no… ¿No hay lápida?
Emilio: No, lo enterraron así. Y… Luego a veces yo he pensado en poner algo. Pero no, no hay lápida.
Isabel: Es interesante, ¿no? Tanto tiempo tratando de darle un nombre a tu abuelo.
Emilio: Sí.
Isabel: Y de repente…
Emilio: Pero tiene el de, no sé, tiene el de mi abuela, ¿ves? Pero mira, pone «viuda de don Emilio Silva Faba». Mi abuela murió en el 97 y puso eso en la lápida. Está su nombre ahí.
Isabel: Pues muchas gracias, Silvi.
Emilio: Pues muchas de nadas. Pues vamos a cerrar.
Isabel: No está mal, ¿no? Terminar aquí tu historia.
Emilio: Bueno, no termina aquí nada.
Isabel: Digo, si yo quisiera terminar tu historia en algún sitio…
Emilio: Bueno, puede ser un lugar… Hombre, aquí no. No me parece… No, porque precisamente de esa historia han surgido detrás un montón de historias, entonces… No es un final, ¿es un medio?
Emilio Silva Faba fue el primer desaparecido de nuestro país que fue exhumado de manera pública con métodos científicos e identificado con una prueba de ADN.
Después de su exhumación, cada vez más gente les contactó para pedirles ayuda para localizar y desenterrar a sus propios familiares. Él sabía que había muchas fosas en nuestro país pero no sabía que había tantas. A finales del año 2000, él y otras tres personas fundaron la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, de la que aún hoy es presidente.
Desde entonces, en España han surgido cientos de organizaciones, asociaciones y colectivos que tratan de recuperar la memoria histórica y se han exhumado los cuerpos de más de 9000 personas arrojadas a fosas comunes durante la Guerra Civil y la dictadura. El método que se usa en todas esas exhumaciones sigue siendo el mismo que se estableció en la fosa de Priaranza.
Hombre: A mi abuelo lo sacaron de la fosa número 1.
Mujer: Estaba mi abuelo, mi bisabuelo y otros parientes.
Mujer: Exhumamos a mi madre, a mi hermano…
Mujer: Y siempre quiso saber dónde estaba su padre.
Mujer: Y no lloraba de pena, lloraba de alegría de haberla encontrado.
Hombre: Y cambió la historia del pueblo.
Mujer: El cambio para nuestra familia fue algo que no se puede describir.
Hombre: De cierta manera se perdió el miedo a hablar.
Isabel: Al perforar la tierra, el movimiento que nació de aquella fosa ha perforado también el relato idílico de una transición que dejó a 114.226 cuerpos en las cunetas. Y nos ha hecho ver el silencio forzado y el silencio heredado que aún sigue presente en nuestro país.
Isabel: En 2010, en el décimo aniversario de la exhumación de los 13 de Priaranza, Emilio se levantó, se puso frente a un micrófono, frente a sus familiares, frente a desconocidos, frente a cámaras de televisión, y dijo esto.
Emilio: Hola, buenos días. Yo hasta hace diez años en este mismo lugar. Jamás había hablado en mi vida en público. Aquí nació el silencio y aquí se murió el silencio.
Isabel: Llevaba unos vaqueros, una chaqueta y un jersey de cuello redondo. Negros.
Soy Isabel Cadenas Cañón y de eso no se habla… O sí
[Sintonía]
La producción, el guión y el montaje de este episodio los he hecho yo. Laura Casielles ha hecho la edición de texto y de guion y Vanessa Rousselot, la edición de guion. Nuestra ayudante de montaje y de casi todo es Paula Morais. El diseño de sonido es mío y de Marcos Salso y nuestro estudio de grabación es Isolé División Sonora. La comunicación la hace Laura Casielles. La ilustración de este episodio es de Carmen Cáceres y nuestra sintonía es de Alva Noto y Ryuichi Sakamoto.
Gracias a Sukina Ali Taleb, a Naza Silva, a Julia Silva, a Marco González Carrera y a los y las familiares de personas desaparecidas que nos han dado sus testimonios para el final de este episodio: Milagros Camuñas, Antón Castro, Pedro Canalejas Guzmán, Camino Alonso Díez, Luis Alonso Luengo y Asun Esteban Recio. Gracias también a las personas que, en vuestras escuchas, nos habéis ayudado a hacer este episodio mejor. Vuestros nombres están en nuestra página web.
Amigas, amigos, este es el último episodio de esta temporada. Cuando empezamos este podcast, con un episodio sobre el ruido y el silencio durante el confinamiento, nunca nos hubiéramos imaginado que en este 2020 extraño podríamos sentirnos tan acompañadas. Gracias a Rosana, a Jadiya, a Diana, a Bernardo, a Sheila, a Carmen, a Irune, a Joana,a Bea y a Emilio por habernos contado sus historias -a veces de silencios y a veces silenciadas.
Si algo he aprendido mientras hacíamos estos episodios es que un silencio no se puede romper si no hay nadie escuchando. Así que gracias a quienes habéis escuchado estas historias: habéis creado un colchón, una red de seguridad, para que quienes nos cuentan sus historias se sientan protegidas y acompañadas al hacerlo. Una especie de «salta, que aquí estamos para recogerte».
Y hay otra cosa que he aprendido: es que cuando se rompe un silencio, una no sabe lo que puede pasar. Tiene consecuencias inesperadas más allá de ese silencio, y más allá de quien lo rompe. Y claro, así también me ha pasado a mí. Así que, después de estas historias de silencios, siento que quizá ahora me toca a mí ocuparme de los míos.
Por ahora, es el momento de bajar un poco el ritmo y pararnos a pensar cómo seguir. Os iremos contando novedades a través de nuestras redes sociales y de nuestro boletín. Y ya sabéis que nos encanta hablar, así que estamos siempre con los oídos y los ojos abiertos a lo que nos queráis contar.
Y sobre todo, las historias siguen ahí, siguen aquí, esperando a ser escuchadas. Si quieres, recomiéndanos a tus amigas, a tus familiares, a tus compañeras de asamblea, y no dejes de suscribirte a nuestros canales. Puedes hasta dejarnos una valoración en Apple Podcasts, en Ivoox, en Podimo o donde sea que escuches podcasts: eso nos ayuda a que la gente que aún no nos ha escuchado encuentre estas historias.
De eso no se habla se produce en el orgulloso barrio de Lavapiés, en Madrid, gracias al apoyo de PRX – Public Radio Exchange – y al Google Podcasts Creator Program.
Gracias, gracias por escuchar.
Hablamos.