Perdidas. Cara A: Consuelo

Transcripción

Isabel: Hola a todas. Hola a todos. Soy Isabel Cadenas Cañón. Y estas escuchando De eso no se habla. 

Antes de empezar, quiero contarte que esta temporada nuestras historias se han expandido. Se cuentan en más de un episodio. Este que vas a escuchar es la Cara A de una historia y la semana que viene emitiremos la Cara B. Funcionan exactamente así, como las dos caras de un disco o de una cinta. Son dos caras diferentes pero se complementan. Así que puedes escucharlas juntas o separadas. 

La historia de hoy la hice con Vanessa Rousselot y empieza en el año 2000, cuando una mujer, Consuelo, tiene por primera vez acceso a Internet. 

Consuelo: Cuando me enseñan lo que es Google, lo primero que yo tecleo en Google es Patronato de Protección a la Mujer. 

Isabel: En ese momento, Consuelo tiene 42 años. Lleva décadas buscando información sobre ese reformatorio franquista para señoritas en el que ella pasó parte de su adolescencia y donde muchísimas otras estuvieron internadas. Quiere cumplir una promesa que les hizo a sus compañeras 25 años atrás, cuando tenía 17 y no imaginaba lo que le costaría cumplirla. Pero en esa búsqueda de internet no encuentra casi nada. 

Consuelo: Lo único que aparecía era una noticia del año 1978 donde se anuncia su desaparición. 

Isabel: Le parece extraño. Esas fechas no le cuadran, pero no encuentra más información. 

Consuelo: No había nada más. Era un desierto documental y una laguna informativa. Yo tenía que empezar de cero. 

Isabel: Así que decide investigar por su cuenta. Va llamando uno a uno, a todos los archivos históricos de España y casi siempre escucha lo mismo al otro lado del teléfono: “perdone, ¿me puede repetir el nombre de esa institución?” o “perdone ¿cómo dice? ¿el Patronato de Protección a la Mujer?” A nadie parece sonarle el nombre. 

Consuelo: A partir de ese momento yo no vivo para otra cosa. Desde que me levantaba hasta que me acostaba. Era como una, primero fue una obsesión y más tarde se convirtió en una misión. 

Isabel: Consuelo vive así, con esa misión, dedicando todo el tiempo que puede a reconstruir lo que ocurrió en aquel lugar donde ella pasó dos años de su adolescencia. En medio, se muda varias veces de ciudad, se casa, se separa, se hace empresaria, se arruina y encuentra trabajos que le permiten vivir y al mismo tiempo seguir con su investigación. En el año 2010, por ejemplo, está escribiendo la biografía de una mujer famosa. 

Consuelo: Y mi biografiada me dice: “esta locura que tienes tú entre manos, esto, esto no va a ir a ninguna parte si no sales en la televisión inmediatamente y sacas esta documentación.” Y me pasa con su manager. Efectivamente, al día siguiente yo estaba en Antena Tres. 

[Entrevista a Consuelo en Antena Tres]

Moderadora de Antena tres: ¿Quién organizó esta trama, por lo que tú sabes? Tú que estuviste dentro sufriéndola. 

Consuelo: El origen de la trama parte del Patronato de Protección a la Mujer, todo el entramado partía de ahí. 

Isabel: A partir de ahí, Consuelo empieza a ir a programas de televisión, a tertulias de radio y cada vez que sale en un programa, otras mujeres que han estado en el Patronato la llaman. Ninguna había hablado sobre eso antes. Nunca. 

Consuelo: Los primeros testimonios eran por Skype y a las 12 de la noche, cuando el marido estaba durmiendo y los niños también, ¿no? 

Isabel: Y mientras algunas la encuentran a ella, Consuelo trata de encontrar a otras.

Consuelo: Busqué durante mucho tiempo a las que fueron grandes amigas mías, no. Una de ellas era Raquel y la buscaba, la buscaba, hasta que un día la encuentro en Facebook. 

[Sintonía]

Consuelo: Y fue ver la foto y digo, es ella. Y entonces la escribí, le puse: “Hola, buenas tardes. Perdona que te moleste. ¿Tú has vivido en la calle Padre Damián 58?” Y me contestó en el acto: “Sí y me acuerdo de ti.”

Isabel: Esta es su historia, contada en su propia voz y entrelazada con las voces de algunas de esas amigas a las que consiguió encontrar. Raquel, María José, Ana. 

Consuelo consiguió convencerlas para que hablaran por primera vez sobre su paso por el patronato. La institución que inventó el franquismo para adoctrinar a mujeres adolescentes. 

Bienvenidas y bienvenidos a De eso no se habla. El episodio de hoy se llama “Consuelo” y es, también, parte de esa promesa que les hizo a sus compañeras el día que salió de allí: que conseguiría que todo el mundo supiera lo que les habían hecho allí dentro. 

[Fin de sintonía]

Consuelo: Mi madre decía, lo contaba siempre, que yo me torcí siendo muy pequeña. Porque a ver, yo me había montado una historia en la cabeza que no me la había contado nadie, pero yo estaba convencida de que igual que los hombres tenían que hacer la mili, las mujeres teníamos que servir. Teníamos que ser tatas, no. No me acuerdo la edad que tenía, pero yo era muy pequeña porque mi padre vivía, o sea que a lo mejor tenía nueve años, ocho, no. Y entonces, un día que estábamos comiendo, viene la tata, cambia los platos y yo le digo a mi padre: 

-Mira, cuando me toque a mí me gustaría que me tocara una familia buena como ésta y que me trataran bien. 

-¿Cuando te toque, qué? 

-Pues cuando me toque ser tata. 

-¿Pero tú qué estás diciendo? 

-Pues, que los hombres hacéis la mili y las mujeres somos tatas. 

En ese momento me explica que eso no es así, que yo no voy a ser tata y que las tatas lo son porque, porque son pobres y no tienen dinero. 

Pero, yo era muy mala estudiante entonces me expulsaron del último colegio y fui a parar a una academia. Entonces, en la academia había gente de todas las clases sociales, yo empiezo a conocer a hijos de obreros, etcétera, etcétera. Empecé a conocer a gente del partido comunista ilegal. Manejé multicopista. Tú le dabas a la manivela de forma circular y iban imprimiendo las octavillas. Una octavilla es como la cuarta parte de un folio, es pequeñito. Entonces se imprimía: “Franco, cabrón, trabaja de peón. Franco, cabrón, trabaja de peón.” Y entonces nos metíamos en un 600, un montón de gente y las íbamos tirando por el centro de la ciudad. Mi madre, mi familia empieza a detectar un cambio de actitud, un cambio de manera de vestir. Yo empiezo a ponerme faldas largas, entonces no las llevaba nadie. Llevaba un cesto. Nadie llevaba un cesto entonces. Y bueno, pues, mi familia empieza a reaccionar y me empiezan a seguir. Detectan los sitios por donde voy. Claro, yo me movía por los bares de Barcelona más, más conflictivos en cuanto a gente muy alternativa. Yo no me di cuenta absolutamente de nada. Lo hicieron todo muy, muy bien. 

Yo tenía que ir a la academia, con lo cual yo me levantaba temprano y de pronto abre la puerta de mi habitación mi madre, muy temprano, antes de las 8 de la mañana, y el médico de cabecera de la familia de toda la vida. Yo me despierto de repente, me cogen de los brazos, me dicen que me tienen que poner una vacuna contra la gripe. Y no recuerdo nada más que la aguja en mi vena. 

Vale. Hay 24 horas de mi vida que no sé dónde están porque no me creo que me pusieran solo una inyección, porque es imposible tener dormida a una chica 24 horas. Estoy segura que me pusieron más, pero yo no lo sé. Yo me despierto en una habitación que no conozco absolutamente de nada, intento abrir la puerta y está cerrada con llave. Había una cama, un armario y una cruz, y a los pies de la cama una maleta de cuadros verdes que era de casa. Tenía la boca pastosa, la lengua era como de lija, tenía una sed horrible. Y abrí la maleta. Y claro, en la maleta había ropa de invierno, verano, primavera, otoño. Digo, ¿qué es esto? Me han dejado aquí, ¿qué? ¿Dónde estoy? Y entonces había una pequeña ventana con barrotes, pero daba a la calle y la abro y veo que pasan los coches. Yo vivía en Barcelona, pero todos los coches la matrícula ponía M, M, M, M…¡Aaa! Y yo me acuerdo estar como drogadísima y ver la matrícula M. Digo, me han traído a Madrid, ¿dónde esto? Yo no, no, no, no…O sea, en aquel momento no. Estaba confundida, pero miedo no tenía. 

Entonces, al cabo de mucho rato se oye la puerta, abren con llave y entra una monja. Y me dice: “Bienvenida”. Le digo: “¿dónde estoy?” Estás en un colegio de formación. Le digo: “¿Colegio de formación? Oiga, en todos los colegios se forma. ¿Esto no será un reformatorio?” “Esta palabra no nos gusta y aquí no se dice.” 

Hostia. La monja cogió la maleta y caminamos por un pasillo que no se acababa nunca. Entonces, cuando vi una fila de chicas con un delantal de rayas verdes que después llevaría yo y aquellas caras, osea tenían más ojeras que ojos, era impresionante. Ahí dije: ok, me han metido en un reformatorio. O sea, la amenaza de todos los padres: ¡Te voy a meter en…! Conmigo la ejecutaron. Sí. 

(Susurrando) Solo se hablaba así. 

No se podía hablar en tono de voz normal. Se te acercaban y hacían la misma pregunta: “¿Eres el patronato?” Y yo qué. “¿Que si eres el patronato?” ¿Y qué es el patronato? Yo no había escuchado esto nunca. Como me lo preguntaban tanto, yo pensé que a lo mejor el patronato era una cosa muy buena y yo lo tenía peor si no era del Patronato. Después de la pregunta: (susurrando) “¿eres el patronato?” Venía la segunda pregunta: (susurrando) “¿Estás completa?” Claro, ¡yo era virgen! Pero no me daba la gana de decirlo, porque si decía que era virgen a lo mejor quedaba mal, entonces yo no contestaba. (Susurrando) “¿Tú eres completa?” No te lo pienso decir. 

Pero esto era habitual. La que era virgen constaba en el expediente como completa y la que no era virgen como incompleta. Y esto era definitivo para que la menor fuera conducida a un reformatorio más o menos severo. Entonces, me entero de que yo soy de lo que llaman “de pago”. Es decir, mi familia paga para que yo esté allí, que es como decir “te meto en la cárcel y pago tu habitación”. Había muchas hijas de madre soltera, otras que tenían familiares en la cárcel, otras que habían sido violadas por su padre y por su hermano, ellas encerradas y el violador fuera libre. Todo era un drama, cada chica tenía un drama. Pero estar ahí por, por ideas, éramos muy pocas. De hecho, a las que éramos de ciudad no nos dejaban relacionarnos con las de pueblo porque decían que las íbamos a pervertir. 

Era como si Franco viviera allí y estuviera dando órdenes. Entonces, era una locura. Y todo el día rezando, todo el día comiéndote la cabeza. Rezos, rezos, iglesia, iglesia, para que tú no pensaras, no. Yo me acuerdo que una vez le dije a una monja: “Mire, usted puede registrar mi armario, puede leer lo que escribo, me puede perseguir para ver cuánto rato estoy en el váter, puede cronometrar cuánto tiempo estoy en la ducha. Pero lo que tengo en mi cabeza no es suyo, eso es mío, y usted aquí no entra.” 

Raquel: Consuelo estaba todo el día llorando. Porque estaba encerrada, porque era política, porque ella era comunista y porque, ¡unas cosas! Que yo alucinaba con ella y yo le decía “yo no entiendo de política, Consuelo”. Yo mi vida ha sido intentar comer todos los días y que no me traten mal. Bueno, el caso es que mi madre con 15 años me denunció al Tutelar de Menores. Porque no la ayudaba, porque llegaba tarde, porque tal. Me dice una mañana: “venga, vamos, que me tienes que acompañar” y la acompaño y veo en la puerta Tutelar de Menores y dije yo, “joder, esta mujer”. Y había un señor y habló con las dos. Mi madre chillaba mucho: “¡porque no me hace caso, porque no puedo con ella, porque no puedo, porque no sé qué! Porque llega tarde. Porque no se cuanto. Porque tal.” Y entonces el titular de menores le dijo a mi madre que no había causa. Pues le dijeron: cuando, si usted quiere, con 16 años la puede llevar al Patronato de la Mujer. 

Yo cumplí los 16 años el 11 de enero. El 14 de febrero vinieron dos policías de paisano. Vinieron muy pronto porque yo me iba al instituto y dice: “levántate que vienen a por ti”. Yo me vestí. Me acuerdo que me puse una falda de tablas, cortita, una minifalda de tablas y una blusa de rayas blanca y amarilla. Me acuerdo perfectamente. Y yo salí y me esposaron con las manos en la espalda. Y entonces yo dije: ¿Y esto qué es?” “¡Te lo dije, que como no te portarás bien, te llevaba a un correccional!” Pero claro, mi madre, al ver que me esposaban en la espalda, les dijo: “¿Pero esto es necesario?” Y ni la contestaron. 

Nos fuimos, salimos de la casa. Yo la escupí al suelo, como diciendo, ¿pero qué me estás haciendo? Y a partir de ahí me llevaron en ese coche al COC, Centro de Observación y Clasificación. Estaba en la calle Arturo Soria en Madrid. Y era un edificio nuevo de monjas trinitarias, completamente carcelario porque tenía aparte de rejas en las ventanas, dormíamos con las habitaciones cerradas con llave, tenían solamente un trocito de cristal que podíamos asomarnos, pero cada vez que nos asomábamos, si nos veían asomadas, nos daban con un palo las monjas en el cristal para que te fueras para dentro. 

Te miraban para ver si eras virgen o no. Y el médico, el ginecólogo te decía que: “súbete aquí en el cabestrillo, tal, no sé qué”. Y cuando yo vi que me iban a tocar ahí, que no me habían tocado nunca y yo tenía encima el complejo de que mi madre era soltera, yo no quería. Yo era muy inocente. Yo creía que por un beso te podías quedar embarazada. Fíjate hasta qué punto. Y entonces yo me rebelé y le dije: “Ay, hermana, por Dios, Por Dios, hermana, que a mí no me ha tocado nadie. Se lo juro por Dios. Se lo juro por Dios, que yo no quiero que me toque nadie, ¡por favor!” Me puse como loca porque el médico me dijo: “bueno, pues la miro por detrás”. Y a mí eso me asustó más todavía. Me dio un ataque de histeria directamente y me pusieron completa, que lo era. Y a partir de ahí ya te iban clasificando, fíjate, por la virginidad y te iban llevando a distintos correccionales. 

Me llevaron en un coche a las Adoratrices. Yo ingresé el 14 de enero, de febrero, perdón, del 74. Salí en enero del 76. 

Consuelo: Había distintos talleres, había de punto de confección, de muñequería, de imprenta. Pero bueno, luego me echaron del taller, sabes, porque bordé una casulla de sacerdote y en los rayos del copón y la hostia escribí cosas: “No te creas nada, soy Satanás. Dios no existe.” Se enteró todo el convento y entonces me echaron del taller. Sí, me metieron en el taller de muñequería. 

Entonces hacíamos muñecos para las pastelerías. Eran unos muñecos como, como duendes rojos y el cuerpo se llenaba de caramelos. Esto se vendía a todas las pastelerías de España. Poníamos papeles dentro del cuerpo de los muñecos. Cuando metíamos los caramelos, metíamos un papelito. “Estoy presa, soy inocente. Padre Damián 52. Vengan a buscarme. Somos más de 200. Por favor, se lo pido”. Pero, es que esto era cada día. Entonces yo siempre me he preguntado: ¡Caray! Las personas que compraron el muñeco algo debían pensar o decir, pero nunca dijeron nada porque las monjas se habrían enterado. Y nunca pasó nada. Yo no sé en cuántas ciudades de España han encontrado ese papel. Si alguien me oye, por favor, y encontró ese papel alguna vez por favor que lo diga. 

Todas se autolesionaban, normalmente se cortaban las venas. Pero claro, el corte de venas se tapaba con el puño de la bata y del uniforme. Y bueno, decían: “Déjate de tonterías”. Las llevaban a coser y déjate de tonterías. Pero pensé: Muy bien. Yo también me voy a auto lesionar, pero mi autolesión no la vais a poder tapar. Entonces, recuerdo que me metí en el lavabo, me empecé a dar hostias en estos huesos de los pómulos contra los azulejos del lavabo. Pero unas, pero brutal. Sabiendo que al día siguiente yo iba a despertar con la cara negra como un gato siamés. Y esa fue mi primera rebelión. Porque efectivamente, yo me desperté con la cara negra y esa autolesión nadie la pudo tapar. Y yo recuerdo que fui a misa con la cara negra y me miraba todo el mundo y pensé: ahora ya sé por dónde joderos. 

Y hará cinco años aproximadamente, me localiza por Facebook una persona. Me escribe y me dice: te he visto en la televisión y nunca pensé que volvería a ver a “la niña del rincón”. ¿La niña del rincón? Pero, ¿tú quién eres? Y entonces ella me empieza a contar: el día que tú ingresaste vino la monja y dijo “acaba de ingresar una interna muy conflictiva. Ninguna de vosotras la puede dirigir la palabra.” Yo no sabía que me llamaban “la niña del rincón”. Me enteré 40 y tantos años después. 

María José: Entré con 14 años. Al día siguiente de entrar cumplí 15. Qué era, pues el 19 de marzo de 1975. Fue el primer cumpleaños que nadie me lo felicitó, claro. Igual esta. Yo digo de esta no me olvido, vale, 15 años los cumples aquí. 

Nunca dejaban en lo que es el hotel de la iglesia vacío. Siempre había alguien orando allí y con alumnas. O sea que te llevan por turno siempre. Éramos 20, pues yo qué sé cuántas íbamos cuatro o seis cada vez, cada noche, durante toda la noche. Bueno, de 10 a 12, de 12 a 2. Dos horas. Las de turno de 2 a 4 a la mañana, las de 4 a 6 de la mañana y luego ya no, porque ya tocaba ya misa, etcétera. 

Te vienen así, (susurrando) despacito. “María José, venga, vístete, ponte el uniforme”. Y bueno, pues nada, te vistes zombi, te vistes, te pones el uniforme y cuando está ya, pues a bajar a la iglesia. Acompañas pum, pum, pum, zombi. Te agachas y te pones de rodillas y ya esta, esperas. Y claro, dos horas de rodillas, ahí en la iglesia, todas las noches con frío. Y te vas a confesar y te llevan afuera. Vas andando con monjas, dos o tres niñas y dos o tres monjas y te llevan a una parroquia, a una iglesia. Entras ahí. 

Mi primera lección sexual fue del cura y fueron unas preguntas que yo, pero obscenas, insistía. Le digo yo: no, no. 

-¿Tienes un amiguito?

-No. 

-¿Has estado con un chico?

-No. 

-¿Pero te ha besado?

-¡No! 

-¿Te ha metido la lengua?

-No, etcétera. 

Y salí de ahí y miraba a diestra y siniestra y no recé nada, ni ta de penitencias ni porras y ya. Me mosqué. 

¿Ganas de rezar? No, ninguna. ¿De pedir a Dios que te salve de ahí? Hay que ser gilipollas. Osea, ahí no te saca nadie. Te sales tú. 

Consuelo: Yo ayudé a escapar a tantas. Las escondía la bata de rayas. Intentaba conseguir aunque fueran 25 pesetas para que pudieran coger el metro y vigilaba los pasillos o las ventanas por donde se escapaban, no. Porque yo me convertí en la cómplice absoluta de multitud de fugas, que claro al final aprendí yo, no. Entonces me pillan ayudando a dos que se escaparon. Lo que pasa que, claro, tenías que pedirle a alguien que no fuera una chivata, es que había muchas chivata, con eso había que tener mucho cuidado, no. Entonces a mí me pillan y me meten en aislamiento. Eran unas habitaciones que tenían un número y yo siempre iba al 33. Era una habitación que estaba en un pasillo y ahí te dejaban completamente sola, te ponían un botijo con agua fría y un orinal, por si querías mear. Era una sensación horrible, pero no por, no era horrible por estar allí dentro, sino por pensar qué iba a pasar contigo cuando abrieran la puerta. Es decir, ¿me van a trasladar? ¿Me van a llevar a Cuenca, voy a acabar en, sabes, Galicia? Porque esto era lo habitual, trasladarte. 

Llegaban chicas con el pecho vendado y se tocaban mucho el pecho y van siempre tapándose el pecho con los brazos así, cruzados, no. Y por las noches, y soltaban sangre. Y entonces hubo un día que llegaron dos. Igual. Llorando y llorando. Llorando llegábamos todas. Eso no era una, una cosa rara. Entonces dicen: “Venimos de Peña Grande, hemos tenido un hijo y nos lo han robado”. En ese momento me dice otra “Peña Gorda”. ¿Cómo Peña Gorda? “Peña gorda es para las embarazadas” ¿Y? “Les quitan los niños”. 

Lo fuerte es que cuando yo me entero de esto lo normalizo, porque si a mí sin haber hecho absolutamente nada me habían metido allí, ¿qué no iban a hacer a una menor embarazada? O sea, en ese momento yo digo claro. 

Ana: Bueno, yo he vivido en una familia humilde que no eran tontos, mis padres eran inteligentes, es lo que siempre más me ha chocado de esta historia. Vivíamos en un pueblo con las tradiciones muy arraigadas. Y bueno, pues, de una relación que tuve me quedé embarazada y me encuentro con la oposición total de mis padres a que volviera a casa, con lo cual en el mismo hospital me informaron sobre el patronato, que yo ni sabía lo que era ni que existía. Y bueno, pues me ofrecieron la posibilidad de trasladarme a Madrid a una residencia de madres solteras. A mí eso me sonaba como muy bien, y pensé que bueno, pues que iba a estar cobijada, que iba a estar tutelada, lo que no me iban a dar mis padres me lo iba a dar el gobierno. Pues fenomenal, entre comillas. 

Me acompañaron una o dos monjas en tren, hasta, hasta Peña Grande, sin equipaje ni nada. Y la impresión que yo tuve al llegar a esta institución era que, era un edificio enorme, muy bello, como si fuera un museo por las grandes galerías que había, con grandes tapices, alfombras, suelos muy pulidos que ahora mismo no recuerdo si eran mármol — no estaba yo para para saber lo que era mármol, ni me importaba —  pero los suelos muy pulidos que había que mantener, por supuesto, y era como un edificio muy, muy solemne y muy, muy grandioso en lo que era las partes comunes. Es decir, los dormitorios y nuestros baños, ya eran otra cosa, ya eran pues como, no voy a decir celdas. Serían como celdas comunitarias, es decir, grandes, donde en una habitación podríamos estar unas 20 personas. 

Estamos hablando de 1975. Entré allí en mediados de mayo y salí mediados de diciembre de 1975. 

Me seguían el embarazo. En el quinto mes me tuvieron que volver a hacer las pruebas porque yo estaba tan lisa como estoy ahora mismo. Entonces empezaron a dudar de si yo realmente estaba embarazada, porque con cinco meses yo no tenía tripa. Es decir, yo la tenía hacia adentro en vez de hacia afuera, yo la tenía hacia adentro. No engordé ni un solo kilo en el embarazo, ni un solo kilo. Yo entré allí con 49 kilos y medio y salí con 49 kilos y medio, después de haber tenido un hijo. La comida nos la racionaban tanto que pasábamos un hambre terrible, soñábamos con comida. Yo era una persona que normalmente no comía fruta, no tenía ese hábito y cuando llegué allí pues yo no comía fruta, la regalaba y se peleaban por la fruta. Hasta que empecé a tener hambre. Ya no regalaba mi fruta, ya me la comía. 

Pero lo que sí más, más me molestaba de todo era el continuo bombardeo que tenían las monjas, estas monjas cruzadas se llamaban, para que yo diera a mi hijo en adopción. Eso era lo más difícil de llevar, porque por activa y por pasiva le dije en innumerables veces que yo no iba a abandonar a mi hijo. Que aunque ellas dijeran que yo iba a ser una desgraciada, que no iba a poder sacarlo adelante, que no me importaba, que yo me iba a quedar con él porque eso podía suponer un remordimiento para toda la vida que no podría arreglar. Entonces yo no quería vivir con eso, yo quería tener a mi hijo, criarlo y si me iba mal, pues qué le vamos a hacer, pero era mi hijo. Y no cesaban. Era casi todos los meses. Me llamaban a despacho para ver si había cambiado de opinión. Fue tan brutal el acoso que incluso cuando me tocó dar a luz en el paritorio, fueron con los papeles de adopción en la mano para que se los firmara. Incluso en ese momento, que es un momento muy débil para una persona que está sufriendo un parto. No estás en posición de, de andar pensando en cualquier otra cosa y que te estén diciendo que debes de dejar a tu hijo en adopción porque es mejor para ti, el esfuerzo titánico que tienes que hacer para enfrentarte a ellas y decirles que te dejen en paz, ¡que no, que se lo has dicho una y mil veces! Y que es el peor momento de tu vida para que vengan a acosarte. Ni con eso ni con nada. Y recuerdo los papeles: azul primero, después era rosa y después amarillo. Tres copias. 

Además de negarme, nunca le quité el ojo de encima a mi hijo. No me podían decir: “tu hijo se ha puesto enfermo, nos lo llevamos”, porque yo estaba constantemente mirándolo. Eran demasiados los niños que se ponían enfermos. 

Prostituta es algo refinado para, para lo que se me calificaba a mí. Mis padres jamás me preguntaron lo que había pasado ni lo que no había pasado, ni mis hermanos ni nadie. Nadie nunca me preguntó. Por eso me llamó tanto la atención que Raquel me llamara un día y me hablara de Consuelo, que yo a Consuelo no la conocía, y que mostrara interés por mi pasado cuando jamás nadie me había preguntado por ello. Nunca, nunca. 

Consuelo: Vale. Yo estuve primero en las Adoratrices de Madrid de Padre Damián 52. Me trasladaron castigada a las Adoratrices de Ávila. Lo de Ávila era directamente Dickens. Un frío que te morías, era horroroso. Entonces te llevaban a uno más tétrico y peor para que tú desearas volver a Madrid y ya se te olvidara volver a casa, porque volver a casa ya era un pensamiento no lejano, imposible. Pero eso lo conseguía el sistema, no. Lo consiguieron conmigo. Yo en Ávila imploraba volver a Madrid. Es alucinante, sí, pero fue así. 

Luego, yo me escapo. Después de ayudar a escapar a tantas, aprendo yo. Me escapo y me trasladan al Buen Pastor de Barcelona. Ahí había ganado algo. Fue ahí cuando me dicen: sales esta tarde. Digo, ¿cómo? Sales esta tarde. El patio era un patio grande, de cemento y siempre estaban todas como en grupitos, no. Entonces se enteran, Consuelo sale. Y que sales, que sales, que sales. Digo, si yo salgo, me voy. 

Yo si recuerdo que cuando me despido de ellas en mi cabeza había como un pensamiento reiterativo de esto no se queda así. Es decir, esto no se va a quedar así. O sea, lo que me han hecho a mí, lo que le han hecho a todas, se tiene que saber y yo encontraré el momento en que esto se sepa, pero lo tengo que hacer yo. Yo tenía 17 años. Entonces cuando me despido les digo esto: “Os juro que aunque pasen 40 años, yo seré escritora y España entera se va a enterar de lo que nos han hecho”. Y yo tenía esa promesa que cumplir. 

[Música]

Consuelo: La última imagen que yo recuerdo es el, el grupo de mis compañeras diciéndome adiós con la mano. Pero yo caminé hacia delante y no quise mirar atrás. 

[Música]

Isabel: El Patronato de Protección a la Mujer se creó en 1941, dos años después de la victoria franquista en la Guerra Civil. La institución había existido antes, entre 1902 y 1935. Pero el régimen franquista la resucitó para la “dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la religión católica”. Eso dice el decreto que la refunda en 1941. 

Consuelo: Yo estaba muy obsesionada por conseguir más documentación, porque sólo la documentación me iba a dar credibilidad. Yo era muy consciente de que si yo sola contaba una historia no me iba a creer absolutamente nadie, porque era todo tan bestia, tan tal, que me decía esta tía está loca. Pero cada día yo tenía que dar algún paso. 

Isabel: El Patronato pertenecía al Ministerio de Justicia y su presidenta de honor era Carmen Polo, la mujer de Franco. Los centros, como los cuatro en los que estuvo Consuelo, los gestionaban órdenes religiosas. Y muchas de esas órdenes a día de hoy siguen regentando centros de menores. 

Consuelo: Se buscan ex internas de las Monjas Adoratrices, este era uno. Se buscan ex internas Monjas Oblatas. Luego había otro. Se buscan ex internas del María Goretti y se buscan mujeres tuteladas por el Patronato de Protección a la Mujer. 

Isabel: En 2012, Consuelo publicó su primer libro sobre el Patronato. Se titulaba “Las desterradas hijas de Eva”. 

Consuelo: Llega un momento que pude tener un paquete significativo de documentación, lo suficientemente relevante como para sacar a la luz el asunto, no. Y lo saco. 

Isabel: A ese libro le seguirían tres más. 

Consuelo: Y ya el Patronato de Protección a la Mujer está presente. Hasta se pone en Wikipedia. Vale. Digo, ok, lo estoy consiguiendo. 

Isabel: Y así, Consuelo sigue cumpliendo la promesa que hizo cuando tenía 17 años y estaba en un patio en el Buen Pastor de Barcelona a punto de irse del Patronato para siempre. Aunque piensa que, quizá, la reparación que necesitan tanto ella como sus compañeras tarde demasiado en llegar. 

Consuelo: Lo que me gustaría no va a suceder, yo lo que quiero es el perdón público. Yo no aspiro a otra cosa que al perdón público. El perdón público de las congregaciones religiosas en una rueda de prensa convocada por el Gobierno de España, pero público. No me vale un perdón de tú a tú en una reunión. ¡No! Esto en España no va a suceder. Esto es lo que yo quiero. 

Isabel: Una cosa más. Al inicio de este episodio, Consuelo decía que en aquella primera búsqueda de Internet sólo había encontrado un artículo y que aquel artículo decía que el patronato había desaparecido en 1978, pero en realidad el patronato no desapareció completamente hasta 1985, en plena democracia. De eso hablaremos en el próximo episodio, la cara B de esta historia. 

Y, si te has quedado con ganas de saber más sobre el Patronato de Protección a la Mujer, escucha mañana el podcast “Un tema al día”. Las compañeras y compañeros de eldiario.es han hecho un episodio especial para contextualizar todo lo que habéis escuchado en esta historia. 

[Fin de la sintonía]

La producción de este episodio la hemos hecho Vanesa Rousselot y yo. Vanesa se ha encargado del guión y yo de la edición. El montaje lo han hecho Vanessa y Paula Morais. La música original del episodio la ha compuesto Sara Muñiz. El diseño de sonido es mío y de Marcos Salso. La grabación y la mezcla final la hacemos en Isolé División Sonora. La ilustración de este episodio es de Carmen Cáceres y la sintonía es la canción Berlin de Alba Noto y Ryuichi Sakamoto. Gracias Andrea Momoitio por guiarnos hasta este episodio y a Leire Ariz que estaba de cómplice. Gracias a todas las personas que lo habéis escuchado y nos habéis ayudado a mejorarlo. Vuestros nombres están en agradecimientos en nuestra web. 

Como sabes De eso no se habla es un podcast independiente y queremos que lo siga siendo, así que necesitamos tu apoyo. Si puedes, hazte desafiante de silencios y contribuye a que sigamos haciéndolo en deesonosehabla.com/apoyanos. Si no puedes, seguirás pudiendo escuchar nuestros episodios de la misma manera. 

Así que a todas, a todos, gracias por estar ahí y gracias por escuchar. Volvemos el domingo que viene. 

Jornaleros. Cara A: Rocío